Sonrisa, la alegría de quien vive y muere en esperanza


+ El Cura Jesús Gómez, recordado
   en San Pedrito y en el Presbiterio

Por Oscar Maldonado Villalpando

En el auténtico corrido vibra el alma del pueblo. El corrido mexicano lleva la esencia del alma mexicana. Nace de una vivencia intensa. El corrido encumbra a quien el pueblo valora. Quizá todo esto valga hasta hace algunos años, antes que se pisoteara el corrido con esta degeneración del narco-corrido y la polución de pseudo-bandas. Ahora presentamos un héroe del  pueblo, un Señor Cura estimado y un compositor alteño, originario de San José del Caliche, allá por San Diego de Alejandría y Unión de San Antonio. Un corrido que es netamente popular, que dice como debe decir todo corrido, ud. verá.
Sucede que el oriente de Guadalajara, por Tateposco, Tonalá y San Pedrito, es el frente que recibe a innumerables familias alteñas que emigran de su región a la Perla Tapatía. Este fue el caso de doña María Jáuregui que fue llevada por sus padres desde el Valle de Guadalupe a Guadalajara y allá formó una familia como adelante se explica.  Una familia de la que surge este notable sacerdote.
Amigo entre los amigos. Sacerdote y pastor para sus fieles. Toda vida es un don inmenso. Vemos rostros, pero ¡qué tesoros hay tras esas miradas!.
El Primer aniversario de la despedida se ha llegado.  Renace, al calor de la fe, el recuerdo y el afecto. El Chey no se olvida ni entre la gente ni en el Presbiterio.

La salvación que llega entre bromas y muecas de dolor

Como una paradoja, una aparente contradicción, el Señor Cura Chey vivió intensamente la alegría, la amistad, la broma y la fraternidad sacerdotal. Sonreía a todos, de todo sacaba el aspecto alegre, el motivo de risa, pero a la vez, en todo encontraba la entrega sacerdotal. El doce de enero de 2011, en la peregrinación del Presbiterio al Santuario de la Virgen de Guadalupe, estuvo departiendo alegremente con todos, pero ya en esos días el dolor lo aquejaba fuertemente, no dejaba de confesar hasta el límite de sus fuerzas, no dejaba de celebrar la Santa Misa, aunque para ello tuviera que sostenerse del ambón o del altar, para no caer rendido por el sufrimiento físico.

Fuertes razones de su entereza 

Ella, su mamá era de Valle de Guadalupe, de sonadas familias, María Jáuregui, en el corazón de Los Altos, de buena cepa, ni más ni menos. Su papá, Luis Gómez, de Sahuayo. Una persona alegre, aparentemente ligera. Pero en los días de la Cristera, sucedió el gran acontecimiento del martirio del Beato José Sánchez del Río, y Luis Gómez era el panteonero, los soldados vigilaban que nadie se acercara al mártir, pues querían guardar alguna reliquia, especialmente de su sangre. Le correspondió a Luis Gómez cargar en sus brazos al niño mártir, consiguió una sábana y le dio cristiana sepultura. Hecho singular que marcaría su vida. Al estrechar a aquel siervo de Dios, ¿lo estaría bendiciendo Dios con la vocación de su hijo Jesús Gómez?
Otra vez, tocó que los federales, apresaron a dos hermanos, líderes de los cristeros, los fusilaron, mas el sepulturero notó que uno movía los ojos, lo más pronto posible, retirados los soldados, lo ayudó a liberarse. Cual no fue la sorpresa que el que creían muerto volvió a enfrentar al enemigo. Eso motivó investigaciones, y Luis Gómez tuvo que desaparecer de su tierra, lo que lo trajo a Guadalajara. También los papás de María Jáuregui, se trasladaron a la capital tapatía. En el barrio de San Vicente se arraigo la familia, Gómez Jáuregui, donde el 14 de junio de 1943 nació J. Jesús, que ingresó al seminario en 1960, recibió el sacerdocio el 30 de marzo de 1975.
El cariño del pueblo se manifiesta de esta manera tradicional, el corrido, los versos nacidos del corazón.

San Pedrito está de luto
y el pueblo sacerdotal
por la muerte de un amigo
que hoy vamos a sepultar.

Jesús Gómez es su nombre,
no lo vayan a olvidar,
El Chey le dicen sus compas
y así lo han de recordar.

Era el 23 de enero,
que fecha tan singular,
que saliera de este mundo
a la Patria Celestial.

A las seis de la mañana
repicaban las campanas
pidiéndole a Dios del cielo
que recibiera su alma.

Lo alumbraban las estrellas
en donde estaba tendido,
los ángeles van y vienen,
señalándole el camino.

¡Adiós pueblos de la sierra,
siempre voy recordar;
Amatlán, tú eres la tierra
donde empecé a caminar.

A Huajimic y el Hosto
los llevo en el corazón,
de Milpillas me despido
pues me voy al Salvador.

El Salvador fue la tierra
que me robó el corazón,
quiero que cuando yo muera,
descansar en su panteón.

Juchipila, no te enceles,
piensa que tengo razón,
los amigos que yo tengo
los hice en esta región.

En Juchipila encontré
una gente muy sencilla,
ahí fundí las campanas
con toda la palomilla.

Me despido, mis amigos
aguántenme un momentito,
ya terminó mi misión,
me quedo aquí, en San Pedrito.

A mis amigos del alma
les dejo mi bendición,
¡compañeros sacerdotes
acompáñenme al panteón!

Vuela, vuela palomita,
vuela, vuela sin parar,
anda dile a mis hermanas
que en el cielo voy a estar.

Faustino Antimo Castillo.
Amigo y sacristán del Señor Cura Chey.

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