Compañía marroquí brinda derechos laborales a burros




Milenio.- Quién le iba a decir al sufrido borrico marroquí que un día tendría derechos laborales, horario de trabajo, pausas para almorzar, días de descanso, periodos de formación, acceso a clínicas de urgencias y cuidados de peluquería y dentista.
Ha sido un empresario de la limpieza, o mejor dicho de la recogida de basura, llamado Aziz Badraui, el que ha pensado en dignificar al burro y ha creado una original plantilla de “operarios asnos” para recoger los desperdicios de la laberíntica medina de Fez.
Esa ciudad antigua, que es la mayor zona peatonal del mundo, está compuesta por un dédalo de callejuelas que suben y bajan, cambian de dirección varias veces, terminan sin previo aviso en callejones sin salida y tiene unas contadas vías de acceso y salida: tanto que los turistas necesitan guías para no perderse.
Salvo un par de vías anchas, todas las calles se caracterizan por su estrechez, y de hecho no admiten el tráfico rodado salvo de las motos o bicicletas.
Los asnos siempre han sido el único medio de carga y descarga en esta ciudad de 350 hectáreas donde se apiñan 128 mil personas que raras veces ven el sol y donde muchos vecinos sacan la mano de su ventana y tocan las paredes de enfrente.
El ayuntamiento conoce su ciudad, y desde hace muchos años impone entre el pliego de condiciones de las empresas de basura el uso de los asnos. De hecho, fue este el factor que desanimó a una empresa española a pujar por la oferta dado el desconocimiento del sector.
Hasta ahora las empresas concesionarias de limpieza que operaban sencillamente contrataban a un grupo de arrieros para retirar las basuras, y cada uno se ocupaba de sus jumentos.

Ozone

Badraui, que se enorgullece de haber nacido en el campo y conocer las necesidades de un asno, decidió hacer las cosas de otro modo: con su empresa Ozone aumentó la plantilla de burros de 50 hasta 92, se encargó de comprarlos, construyó un establo para ellos y contrató entonces a los arrieros.
Como el borrico no nace sabiendo, ideó ponerlos en periodos de capacitación durante una semana: los primeros días el burro novato va atado a la grupa de un compañero veterano y se limita a seguir su recorrido y aprender mientras mira. Después, se le añaden las albardas, pero vacías de carga, y por último las albardas se llenan con los residuos, siempre con el burro atado, hasta que siete días después ya tenga memorizada la ruta y haya aprendido a no resbalar.
Buen conocedor del género, Badraui sabe que el borrico tiene comidas que prefiere antes que el pienso o la paja: los desechos de vegetales sobrantes del mercado central (hojas de verduras, pepinos o zanahorias pachuchas) son el mejor bocado, por lo que los borricos son “mimados” con la propia basura que transportan.
Un burro de Ozone trabaja dos días y el tercero descansa en el establo. Siempre sale, y a las mismas horas, con el mismo arriero, porque según el empresario la relación personal es fundamental entre burro y guía.
Un veterinario les hace periódicamente tratamiento antiparasitario y dental; y cuando tienen un golpe o un accidente, una clínica especializada en borricos y mulas se encargan de su cuidado.

Sus ventajas

Según Badraui, el burro no solo es más barato: le cuesta mil dirhams (alrededor de mil 750 pesos) la unidad, y tiene una vida laboral útil de ocho años; además, es más “amigable” con el entorno: no gasta gasolina ni despide humo y cuando penetra en las horas de la madrugada por la medina realiza su trabajo con total discreción y sin el ruido que hacen los vehículos de limpieza. Lo más grave que puede suceder es que al borrico se le ocurra rebuznar a las cinco de la madrugada.
Son esos rebuznos los que pueblan los campos marroquíes y los valles del Atlas al amanecer. Hay cerca de un millón de borricos todavía en activo en Marruecos; la mayoría trabaja de sol a sol en las duras tareas agrícolas y no conocen los privilegios de ser un animal operario de limpieza urbana.

Estigmatizados

Los asnos en Marruecos, como en muchos países del mundo, son maltratados, objeto de todas las burlas, blanco de golpes y símbolo de la estupidez por excelencia.
Culturalmente, la palabra en marroquí para referirse al burro, hmar, es considerada un insulto, tanto que cuando se pronuncia se baja la voz y se añade “con perdón”.
El Corán, libro sagrado de la religión predominante en ese país, tiene un verso que dice que en el mundo “no hay sonido más desagradable que el rebuzno de un asno”.

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