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Cuentan que Santa Juana de Chantal, a un protestante que negaba la
presencia de Jesucristo en la Santa Hostia, le preguntó ¿sabe usted el Credo?,
sí lo sé, contestó el hombre: por favor dígalo, agregó la Santa. Y el otro
empezó: Creo en Dios Padre Todo poderoso... y la santa lo interrumpió
diciéndole ¡No diga usted eso! No diga que Dios es Todopoderoso, por que si
Dios no es capaz de que el cuerpo de Jesucristo esté en la Santa Hostia, ya
Dios no es Todopoderoso...
Si sembramos una semilla en un terreno fértil y de allí, de esa
pequeña semilla, saca Dios un árbol inmenso lleno de flores y de frutos ¿qué le
costó eso a Dios?, nada, porque es Dios, ¿Y qué le va a costar hacer que una
hostia se convierta en el cuerpo de Jesucristo?
Cuando empezamos a existir en el vientre de nuestra madre, éramos
más pequeños que la punta de un alfiler y para podernos ver se necesitaba un
microscopio; de ese ser más pequeñito que la punta de un alfiler, sacó Dios
este cerebro maravilloso que tenemos, estos ojos formidables, este corazón
portentoso, estos oídos magníficos ¿y qué le costó eso a Dios? nada, porque es
Todopoderoso.
¿Qué le pudo costar a El hacer que una hostia se convirtiera en el
cuerpo de Jesucristo? Para Dios todo es posible.
El Evangelio nos dice que los judíos de aquel entonces no pudieron
aceptar las enseñanzas de Jesucristo acerca de la Eucaristía y se alejaron de
El; en cambio el grupo de los apóstoles resistió a la prueba que se presentaba
para su fe y dejaron el paso de aceptación al mensaje que Cristo les
presentaba.
Este regalo del Pan del cielo es algo tan grande que es necesario
agradecerle a Dios que nos haya dado lo que en verdad nos merecíamos.
Jesucristo repite varias veces que quien coma su cuerpo vivirá para
siempre y El quiere que esto quede grabado en nuestro corazón definitiva y
profundamente.
San Ignacio de Loyola estaba tan convencido de que en la Sagrada
Eucaristía están verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo,
participaba de cuantas misas podía y en los últimos años al hacer oración ante
el Santísimo Sacramento su rostro se ponía resplandeciente como el de Moisés
cuando hablaba con Dios.
La Eucaristía es regalo infinito de amor; bajo los signos del pan y
del vino reconocemos y adoramos el sacrificio único y perfecto de Cristo,
ofrecido por nuestra salvación y por la de toda la humanidad. La Eucaristía es
realmente el misterio que resume todas las maravillas que Dios realizó por
nuestra salvación.
Que la participación en la Eucaristía lleve a los enfermos a ser
pacientes en la prueba; a los esposos fieles en el amor, a los consagrados y
consagradas perseverantes en los santos propósitos; fuertes y generosos a los
niños, adolescentes y sobre todo a los jóvenes que se disponen a asumir
personalmente la responsabilidad del futuro.
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