Respecto a la golpiza ocurrida en una
parte del Estadio Jalisco el pasado sábado, donde la peor parte la sacaron un
puñado de policías de Guadalajara, que fueron superados fácilmente por cientos
de violentos "barristas", pese a la gravedad de los hechos, varios,
autoridades y ejecutivos de equipo de fútbol, se mearon fuera de la olla al
afirmar que la solución a este tipo de problemas es impedir el acceso a los
estadios a las mentadas barras y a la larga extinguirlas.
Me pregunto cómo le harán, no lo veo tan
fácil y aunque lo fuera, no sería de gran utilidad.
A nadie se le puede prohibir y
físicamente es casi imposible, decidir juntarse con un grupo de personas a fin
de asistir a un encuentro deportivo. Los dueños de los equipos podrán decir que
tienen empadronados a los integrantes de las barras y que no les darán o
venderán boletos para que entren a los juegos.
Cualquier persona, vaya con un grupo de
amigos, familiares o simplemente sola, tiene derecho de asistir, previa compra
u obtención de boleto a un partido de fútbol o de cualquier otro deporte y a
menos que se modifiquen varias leyes (y no por ocurrencias de Vergara o
cualquier otro personaje del fútbol mexicano) se le puede negar la entrada a
alguien al estadio tan sólo por tener registros de desmanes o delincuencia en
centros deportivos.
Y aunque lo anterior pudiera ser posible,
se necesitaría tener registrados a decenas de miles de aficionados que acuden
regularmente a los estadios ¿Y si uno no está registrado y quiere ir al fútbol,
ya no podrá? O que de pura ocurrencia, a alguien que nunca vaya y que un día se
le ocurra asistir a un juego, ¿acaso ya no podrá por no contar con su
credencial de aficionado de tal equipo?
Y no sólo eso, habría que tener
registrados a los seguidores de los cientos de miles de aficionados de los 18
equipos profesionales de fútbol del país, pues, por ejemplo, con Chivas, quizás
la directiva logre que un grupo de rijosos identificados no logre entrar al Omnilife,
pero para que no hagan de las suyas en otro estadio, el equipo local deberá
pedir al Guadalajara su registro de aficionados desmadrosos e impedirles la
entrada.
Pero, ¿si el aficionado rijoso y
delincuente se reforma y ya no forma parte de los "grupos de
animación", pero ante las autoridades y el equipo quedó fichado como
delincuente, ya no podrá entrar nunca más a un estadio aunque ahora sea una
persona de bien y provecho?
Creo que el problema con las barras (un
concepto chocante importado de Sudamérica) es el que se les permita toda clase
de desmanes. Me parece que con que se les ponga castigos ejemplares a los que
agarren haciendo de las suyas, los barristas poco a poco se irán calmando y si
no se extinguen, por lo menos se comportarán y podrán asociarse con quienes
quieren con el único fin de apoyar a un equipo.
Ojalá que a los dizque aficionados que
encarcelaron, los guarden un buen tiempo en el bote y los demás vean que la
cosa va en serio y se la pensarán para hacer sus fechorías en los estadios o
fuera de ellos.
El otro punto delicado fue la pésima
organización tanto de la gente del Atlas y la policía de Guadalajara. Fue un
operativo con muchas fallas y destinado al fracaso desde el principio y si no
hubo mayores desgracias fue solamente por fortuna.
Habiendo tantos métodos no letales pero
sí efectivos para dispersar masas iracundas, como chorros de agua a presión,
balas de goma o gas lacrimógeno, a la policía se le ocurrió lo peor, mandar una
veintena de oficiales con poca protección, a hacerle frente a una turba de
alcoholizados y enfurecidos sujetos y quizás drogados también.
Hay quienes culpan a la afición de Chivas
por este episodio, pero me parece que la empresa que dirige al Atlas tuvo la
culpa de que eso ocurriera, pues era su responsabilidad la seguridad de miles
de personas que asistieron ese día al estadio, para mala suerte de la directiva
rojinegra, así fue.
Que esos jóvenes desmadrosos son producto
de una descomposición social, falta de oportunidades, valores y no sé qué más,
no se discute, pero no viene al caso, hay que comportarse y seguir las reglas
en los lugares públicos y autoridades que se encarguen de que se respete la
ley.
La única diferencia entre las barras de
ahora y las porras que asistían a los estadios en los 80 y 90, es solamente el
nombre y algunas costumbres que trajeron los primeros de Sudamérica, como los
cantos y las banderas con leyendas ininteligibles -llamadas trapos-, pero ambos
grupos de personas pueden comportarse sin alterar el orden público.
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