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Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Un sacerdote visita un hospital. Hay un enfermo que de ninguna manera acepta la confesión. Y el sacerdote sabe que este pobre hombre va a morir muy pronto. 

Un día, después de una rotunda negativa, el santo apóstol le dice: “Por lo menos me concederá un pequeño favor”. 

-¿Cuál? 

-¿Quiere rezar conmigo un Avemaría? 

-Bueno, eso sí. 

Y empezaron a rezarle a la Virgen. Cuando estaban para terminar el Avemaría, el pecador estalló en llanto. Le había llegado la gracia del arrepentimiento. Su confesión fue una verdadera conversión. Pocos días después sacaban su cadáver del hospital, pero ya la Virgen María había logrado sacar aquella alma de las garras del pecado infernal, por medio del arrepentimiento y la absolución.

Cuando María ruega, todo se obtiene, nada se niega.

Todo se obtiene, nada se niega por intercesión de la Santísima Virgen y si con una sola Avemaría se logró sacar un alma de las garras del pecado, cuánto más se logrará rezando devotamente el Santo Rosario.

En algunas ocasiones me ha tocado estar en templos o capillas cuando va llegando la gente para la Santa Misa hasta media hora antes de que empiece la celebración y les digo: Mientras yo confieso a quienes gusten reconciliarse con Dios, alguna persona haga el favor de guiar el Rosario.


Me da mucho gusto observar que mientras todos están rezando las Avemarías, se van acercando al sacramento de la reconciliación personas que ya tenían tiempo sin confesarse y yo veo todo esto como una gracia muy especial de Dios nuestro Señor por intercesión de la Santísima Virgen María como lo hizo en las Bodas de Caná.

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