El último traje


Por Gonzalo “Chalo” de la Torre” Hernández
chalo2008jalos@hotmail.com

En Yahualica, en los meros Altos de Jalisco, hay una fábrica de ataúdes denominada precisamente “El último traje” que muestra sin lugar a dudas ese ingenio mexicano y el humor en apariencia irreverente acerca de la muerte que en nuestro país hace gala de presencia desde hace siglos.

Expresiones tales como: a mí la muerte me pela los dientes, las calaveras se peinan de rayita en medio, la calaca tilica y flaca, el esqueleto bailarín y muchísimas otras, no son sino expresiones entrañables para esa figura que tarde o temprano nos visitará irremediablemente.

La literatura mexicana es muy prolífica en ese tema; hay muchos tratados en forma de novela, ensayos y otras expresiones como “Pedro Páramo” de Juan Rulfo y muchas otras que por el momento escapan a mi memoria.

El cine no se sustrae a la expresión artística y hay novelas, comedias, dramas y otras formas muy variadas que nos muestran la inmensa variedad de percepciones respecto de la calaca.

Recordamos del cine mexicano la película “Macario” con Ignacio López Tarso, quizá una de las mejores películas de este ramo; o “Doña Macabra” con Arturo de Córdova o esa comedia en que Tin-Tan y su hermano Manuel “Loco” Valdez hacen de fantasmas enamorados ambos de una agraciada jovencita.

Recuerdo del cine internacional, una película italiana protagonizada por Jan Reno y mi pobre memoria me hace olvidar el nombre de la protagonista italiana, muy bella ella, pero el título de la película es “Todo por Rossanna”. Es una mezcla magistral entre comedia, historia de amor, drama, mensaje y denuncia, todo a la vez. Me pareció muy divertida y las actuaciones de los personajes son sensacionales. Se la recomiendo, se divertirá.

Todo el asunto, se desarrolla a partir del poco espacio disponible en el panteón del pueblo, ya que solamente resta una tumba por utilizar y el protagonista lucha por todos los medios que nadie muera, pues quiere ese espacio para su esposa… mejor véala, de verdad se divertirá.

Nuestra cultura tiene siempre presente a la muerte, pero curiosamente la mayoría de los mexicanos no pensamos en el último espacio, precisamente en la que será la última morada.

¿Será porque evadimos el tema temiendo que si compramos un pedacito de panteón acelerará nuestra muerte?

¿O quizá queremos dejarle el paquete a nuestros deudos y que ellos se las arreglen cuando muramos?

¿O de plano pensamos que moriremos algún día, pero que será muy lejano aún?

¿O quizá no le damos importancia, que al fin y al cabo ya muertos en algún lugar nos han de echar?

Quién sabe, pero el caso es que no hacemos caso en la previsión de esa importante cuestión.

Y esto viene a colación pues algunas personas se han acercado a este escribidor (como dice el lic. Javier Jiménez Pérez a quien se extraña en estas páginas) para manifestar que en su opinión ya hay poco espacio en el panteón de Guadalupe, en Jalostotitlán y suponemos que en otros pueblos alteños, pues tienen ya muchísimos años y la gente se sigue muriendo, fíjese usted.

Una de esas personas dice haber adquirido un  “terrenito” para ese fin de que sus huesitos descansen en paz perpetuamente, pero le parece que le asignaron una porción en algo parecido a un pasillo. Al menos eso le parece a esa persona y es muy respetable.

En una muy breve plática con el encargado del panteón municipal, manifiesta que no hay escasez de espacios, ya que las tumbas verticales están cubriendo las necesidades actuales. ¿y las futuras a corto, mediano y largo plazo?

Alguna persona me manifestó que junto al panteón nuevo, de propiedad particular, hay un terreno destinado para un futuro panteón, producto de una donación. A esta pregunta el encargado manifestó no tener noticia al respecto pero tal vez en muy poco tiempo obtendría mayor información.

Es esta una invitación en general a toda la población, para que fuesen considerando la adquisición de un espacio familiar ya que repetimos, tarde o temprano llegará el momento doloroso de una separación definitiva y prever, evita problemas a los deudos y facilita la transición.

También puede ser para las autoridades una oportunidad de hacer una obra de “largo alcance” y de beneficios a largo plazo.

¿Será un sueño inalcanzable el pensar que pudiese haber en nuestros pueblos alteños, no solo un panteón sino un conjunto funerario con todos los servicios básicos al alcance de la población en general?

Creo que esto es posible en cada municipio que se lo proponga, ya que si hay presupuesto para muchos fines de educación, salud, desarrollo y otros muchos, ¿cómo es que no tenemos noticia de programas para servicios funerarios con sentido social, salvo el IJAS, que se proyecta más a la población capitalina?

Quizá algunos habitantes utilicen un programa u otro de los servicios de salud, educación, obra pública, etc. Pero no todos los programas y no todas las personas. Pero es una verdad irrefutable que absolutamente el total de la población, algún día, tendremos la necesidad imperiosa de utilizar “muy quietecitos” el último traje.

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