El huevo de águila


Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.

Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba en la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?

Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.

La vieja águila miraba asombrada hacia arriba “¿qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.

“Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. “Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes a él“.

De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.

Hoy, más que invitarnos a pensar en lo que hay más allá de la muerte, Jesús nos invita a revisar lo que tenemos más acá de la vida. 

¿Es vida desarrollada en todas sus dimensiones y no vida achatada y mutilada como le ocurrió al águila que vivió y murió creyendo que era un gallina? ¿Es vida compartida, solidaria, generosa? No basta morir para estar muerto; muerto es aquél que no vive la vida en plenitud, quién solo la vive para sí mismo, quien la esconde y la malgasta, quien ha perdido horizontes de eternidad.

Qué fácil es quedarnos muertos cuando perdemos las ilusiones, el entusiasmo y las ganas de vivir.

Estamos muertos no solamente cuando se separa el alma de nuestro cuerpo, sino también cuando somos egoístas y pensamos solamente en nosotros mismos.

Por eso es necesario llenarnos de vida y de ilusiones sabiendo compartir con los demás.

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