Una cruz a tu medida


Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Estaban Jesús y Pedro conversando... De pronto Pedro se quejó porque su cruz era demasiado pesada...

“¿No crees Señor que me has dado una cruz muy grande?”, le dijo, al tiempo que agregó: “Es cierto que te negué pero también es cierto que te quiero mas que los otros apóstoles.”

Y Jesús le contestó, “¡Pedro! Debo decirte dos cosas: la primera es que no soy yo quien fabrica las cruces para los hombres. La segunda es que tú debes ser más generoso, si es cierto que me quieres más que otros, si me quieres más, no te quejes.

Pedro mortificado trató de explicarle a Jesús: “Señor, quizá no me expliqué; yo no te pido que me quites la cruz, sino que, por favor, me des una cruz más liviana, una cruz como la de los otros apóstoles.

El Señor se conmovió y le dijo a Pedro: “Me has convencido. Acompáñame para que tú escojas, para que tú mismo escojas la cruz que te convenga o te guste.” Y llevó a Pedro a una enorme bodega donde estaban almacenadas las cruces de todos los hombres.

Pedro se quitó la cruz de encima, la tiró en un rincón y comenzó a buscar. Se probó varias cruces, pero todas tenían algún inconveniente. Unas eran muy pequeñas, otras muy grandes, otras muy delgadas o largas. Pedro buscó y buscó una cruz apta para sus hombros.

Entre tanto Jesús sonreía. Finalmente, Pedro encontró una cruz tirada en un rincón, cerca de la entrada. La cargó sobre sus hombros y exclamó: “¡Señor!, Ya no te rías tanto, ya ves que sí encontré una cruz que me conviene. Aquí está.”

Entonces Jesús se sonríe con más ganas y dijo: “Pedro, has escogido de verdad la cruz que mejor te conviene. Sin darte cuenta te has echado al hombro la misma cruz que tiraste al entrar.”

Muchas veces nos quejamos de nuestras cruces o contrariedades que se nos presentan en la vida y queremos abandonarlas pidiéndole a Dios que aliviane nuestras cargas, pero se nos olvida que todo puede ayudar para nuestra santificación.

Lo importante en las dificultades de la vida es que no reneguemos porque perdemos el mérito de nuestras obras.


Cuando visito algún enfermo le digo que repita conmigo esta oración: “Señor junta mis sufrimientos con tu pasión, por la salvación del mundo entero”.

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