Tradición entrañable con luminosa alegría


• El Santuario Guadalupano en San Diego de Alejandría

Por Oscar Maldonado Villalpando
  
Emerge un cúmulo de valores, sentimientos e impulsos, que, a ciencia cierta, no sabe uno precisarlos, pero motivan a las personas de esta comunidad. Son devociones que se han vivido con intensidad en diversos momentos de la historia. Ella clava sus raíces muy hondo en los albores de esta población.

Las celebraciones a la Virgen de Guadalupe, tan extendida ahora y puesta en común, era para San Diego una fiesta con un sabor muy propio, que hacía una época particular. Si bien, el ocho de enero se estableció la celebración patronal a la Inmaculada Concepción desde el siglo XIX, el cariño a la Virgen de Guadalupe tiene su sabor y fuerza singular.

Desde el 29 de septiembre de 1837 se eligió, por vox populi, por clamor popular, el patrocinio de la Virgen Inmaculada; pasaron unos años apenas del nombramiento de parroquia en 1869, cuando, el 10 de septiembre de 1873 el Padre vicario, Donaciano Larios, empezó a coordinar la idea de hacer otro templo, ahora dedicado a la Virgen de Guadalupe, un Santuario en la parte alta del pueblo. Su estancia fue muy prolongada, el resto de su vida, murió en San Diego, durante su tiempo pasan varios párrocos, durante 30 años y el permanece. Del año 1870 a 1873 estuvo el párroco don Francisco Correa.

Por la calle Abasolo y Nicolás Bravo había un ermita pequeñísima y humilde incrustada en la pared de adobe, un laurel perfumaba y embellecía la esquina, donde los arrieros y caminantes se hincaban e imploraban el auxilio y protección de la Virgencita, ofrecían limosnas para que siempre hubiera veladoras junto a la imagen, significando una presencia, una vigilia, un voto de    cariño. Cada tarde el Padre rezaba ahí mismo el rosario con los vecinos. Ello inclinó al bondadoso padre Larios a pensar en dedicarle un hermoso templo. No había recursos, pero el Señor Crescencio Maldonado, hermano de don Bruno, y la esposa doña Dorotea Gutiérrez, donaron al P. Larios una gran fracción de terreno para el pozo del Gobierno.

Con esa base se inició la obra, en el nombre de Dios. El 22 de noviembre de 1884 fue la bendición de la primera piedra, el día de Santa Cecilia, fiesta de los músicos del pueblo. El Señor Cura era don Esteban Balcazar, fue una gran fiesta, al medio día fue la misa, y hubo castillo. Dice don Domingo Cerrillo en su obra, que se gastaron 30 porfirianos pesos, de aquellos, para música y pólvora.

Quedó entonces un atrio muy amplio de casi media hectárea, más las instalaciones que se hicieron actualmente en la parte de atrás. En ese atrio se tenían prados que atendían los grupos, cultivaban hermosas flores, había varios depósitos de agua, para el riego, a base de cántaros y cubetas o botes alcoholeros. En los últimos años ha sido embellecido y modernizado. El P. Larios construyó una hermosa casa al lado, para el capellán.

Felizmente, el 20 de febrero de 1894, diez años más tarde, el P. Larios bendice la santa Casa de la Guadalupita y celebra la primera misa. La autorización es concedida por el II Arzobispo de Guadalajara, don Pedro Loza y Pardavé, a favor del Señor Cura don Miguel Ruiz Velasco, el P. Larios, llegaba al fin de la carrera de su vida, pero pudo gozar la terminación. El 28 de noviembre de 1895 se da la autorización canónica por el Arzobispo, la primera fiesta oficial fue el jueves 12 de diciembre de 1895. Diez meses más tarde moría el amado padre, el 1 de agosto de 1896, cubriendo así una buena parte de la historia de San Diego de Alejandría.

Otro gran párroco, don Dionicio Ma. Gómez, construyó la barda perimetral en los primeros años del siglo XX.  

En eso vino la Cristera, el Santuario y su jardín fueron invadidos. Por ahí ofrendaron su vida dos valientes cristeros J. Guadalupe Martínez, El Charrito y J. Refugio Mena.

Por los años treinta el Padre Juan Pérez Cruz emprendió la tarea de recomponer el Santuario, de afianzar los cimientos. Aquí es donde algunas personas grandes, recordaban las faenas de llevar piedras para esa tarea, incluso las mujeres cargaban los materiales para el templo a la Virgen de Guadalupe. Esta es la otra hermosa historia. A un lado hay una diminuta capilla al Niño Cautivo, al pie de su altar, inicia un túnel cargado de misterios y leyendas. A finales del siglo XX el Señor Cura Luis Muñoz hizo importantes arreglos que parecieron definitivos. Ahí estaban sepultados varios hombres benéficos, como el P. Larios, el P. Antonio García Uribe, don Crescencio Maldonado.

La fiesta pues, era una fiesta de faroles en las fachadas de la larguísima calle del Santuario, la venta de grandes dotaciones de cañas de azúcar, estos meses eran propios para las cañas de castilla, decían las gentes. Las procesiones. Los Sermones, los niños.    Es fiesta a nivel de todo México, pero en San Diego tenía ese sabor de sencillez, de espontaneidad, de alegría. Y es por eso, porque tras los velos de la historia, en el anverso de los años, laten cosas que no pueden ser ignoradas.


Ahora que hay protestas, actitudes rebeldes y críticas, es justo también traer delante las razones profundas que hacen el ser de este pueblo y no pueden ser lanzadas con desprecio. 

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