No recuerdo cuándo ni cómo lo conocí (tengo muy mala memoria). Quizás fue a principios de los 90, hace unos 27 años cuando tenía yo poco de haber llegado a estas tierras. De lo único que estoy seguro es de que Luis Gutiérrez Medrano es la mejor persona que he conocido en Tepatitlán.
Debería yo decir, tal vez, “Don Luis Gutiérrez Medrano”, o mejor aún: “el poeta Don Luis Gutiérrez Medrano” porque es un hombre mayor y de gran respeto, pero como hay tanta confianza y nos llevamos, no fuerte, pesado, le digo solamente Luis Gutiérrez y Él me llama Godina como todos los que me conocen fuera de mi familia.
Lo quiero y me quiere. Al principio me caía gordo y lo admiraba a la vez. Me caía gordo y temía encontrármelo, por la maldita costumbre que tenía de apretarme tan fuerte la mano que me hacía doblarme de dolor. “Ahí viene este cabrón” -pensaba yo al verlo y me empezaba a preparar mentalmente para la tortura a la que me iba a someter. Parecía un chamaco, era su broma preferida pero tenía una fuerza endemoniada. Al principio creí que me doblegaba porque me agarraba descuidado al momento del saludo, pero no, con el tiempo me di cuenta de que aun cuando estuviera yo preparado me sometía y me arrastraba dos o tres pasos -¡ah aah aaah! ¡suéltame cabrón!- al saludarme.
Hay gente así. En general las personas tienen diferentes formas de saludar, algunas lo hacen muy suavemente, tan suave que sólo extienden la mano como haciéndole a uno un favor (si es un hombre el que me saluda así pienso que es más bien una dama); otros dan el saludo normal, estrechan la mano sin apretar; los chamacos del barrio ni siquiera me estrechan la mano, sólo me dicen “qué onda mai” al tiempo que rozan su palma de la mano con la mía y luego chocamos el puño cerrado; y hay a quienes les gusta dar un fuerte apretón de mano. Pero Luis Gutiérrez abusaba.
Por eso temía yo topármelo, pero al mismo tiempo me daba gusto por la admiración que siento por Él desde que lo conozco. Lo admiro porque es un hombre culto, respetuoso, amigable, pero sobre todo sincero, sin dobleces, sin hipocresía, pocos como Él, muy pocos. Buen padre de familia hasta donde sé (tiene un montón de hijos), excelente esposo y muy trabajador. Ya viejo seguía yendo al rancho en El Guayabo y andaba en el tractor como si fuera joven, su familia no quería dejarlo ir pero no había manera de detenerlo, hasta que ya no pudo, ya no puede.
Por esa admiración que le tengo y porque sabía yo que es un hombre culto, que domina el idioma, la redacción y la gramática, le pedí que me hiciera el favor de corregir el texto del libro “Como les iba diciendo” que escribí en el 2001, me refería yo a la ortografía, a algún error de dedo, pero no se lo aclaré y Él le metió mano al estilo y no me gustó. El prólogo comenzaba diciendo: “Desde hace mucho, tanto que no sé ni cuánto”, y Don Luis le cambió poniéndole lo que Él creyó que era lo correcto: “Desde hace mucho, tanto que ya ni me acuerdo”. Yo quería que sonaran así “tanto” y “cuánto”, pero mi amigo pensó que lo correcto era como Él dejó esa oración, y mi respeto y afecto por Él eran tales que así se imprimió.
En alguna ocasión, cuando pertenecíamos los dos al Comité de Feria que organizaría las Fiestas de abril, el alcalde en turno estaba tan enojado conmigo porque habíamos denunciado, con pruebas, un negocio ilícito por parte del Ayuntamiento, que al llegar el funcionario a la Sala de Cabildos donde se celebraría la reunión y verme ahí sentado, furioso, fuera de sí me gritó que me largara de ahí, que sólo iba yo a espiar -dijo-, “¡A chingar a su madre! ¡Fuera de Aquí!” fueron sus palabras, y no me quedó otra que retirarme, salí del recinto dirigiendo la mirada a todos los demás, la de don Luis Gutiérrez era de pena, se sentía apenado, la de otros era simplemente de sorpresa pues nadie esperaba que una primera autoridad se comportara públicamente de esa manera; y la de uno o dos más, miembros del Comité, era de satisfacción porque pues… en ese tiempo el presidente municipal de Tepatitlán era como el Peje actual y todo lo que él hiciera o dijera estaba bien.
Tiempo después Luis Gutiérrez Medrano se disculpó conmigo por no haber mostrado su solidaridad ante ese atropello, pero qué podía hacer, dijo, si el alcalde era hasta su pariente político. No hay problema, le dije, igual seguimos siendo amigos. Aprovecho para comentar que durante los años siguientes yo traté de arreglar las cosas con el funcionario, pero éste me negaba incluso la palabra, no me contestaba el saludo, hasta hace unos días que nos encontramos ya noche en la Cruz Roja y me saludó amablemente, lo que me dio mucho gusto, me preguntó por mi familia y me dijo que no se perdía ninguna de mis columnas. Me sorprendió tanto que aún no me repongo de la sorpresa, no sé qué pasó, pero le doy gracias a Dios de que esa enemistad haya terminado, por eso no doy el nombre del ex alcalde en cuestión, quienes conocen la historia saben de quién se trata y que no hay rencor.
Después de terminado e impreso el libro mencionado, en el año 2003 me volví a ir a Veracruz y dejé de ver con frecuencia a mi amigo Luis Gutiérrez Medrano, aunque cada vez que venía yo a Tepatitlán a visitar a mi familia, procuraba echarle una vuelta a su casa para saludarlo, a veces lo encontraba, a veces no porque andaba en el rancho. Una vez que lo encontré me invitó a acompañarlo a El Guayabo y fuimos, corté muchos duraznos de su huerta, me regaló unas matas de fresa que se multiplicaron en el jardín de mi casa y estuvimos jugando baraja un buen rato, Él, su chofer y un servidor, conquián y póker. Me gustó, nos gustó, era un placer platicar con el Poeta de Tepatitlán y le propuse que regresáramos otro día al rancho pero que lleváramos unas carnitas y un tequila para que no nos correteara el hambre. Así quedamos y el sábado siguiente jugamos a la baraja, comimos, bebimos, platicamos y nos albureamos hasta que empezó a obscurecer y emprendimos el regreso.
Lo acompañé a la entrega del Premio de Poesía Luis Gutiérrez en el Museo de la Ciudad, al que ya lo llevaron en una silla de ruedas, y lo he visitado un par de veces más en su casa. Ya casi no se levanta, pero su entusiasmo sigue siendo el de un chamaco, me insiste en que escriba yo otro libro, me ofrece cooperar incluso para su impresión, le digo que ya lo tengo en proceso, que se llamará “De aquí, de allá y del más allá” y le da gusto, pero la verdad es que aún falta para terminarlo. Platicamos largo y tendido en presencia de doña Elia Navarro, su esposa, y de alguna de sus hijas o nietas que siempre lo acompañan.
Me da gusto verlo y le da gusto que lo vaya a visitar. Así es mi relación con el poeta Don Luis Gutiérrez Medrano, quien va a cumplir 92 años de edad y que recibirá la Presea al Mérito 30 de Abril el día último de este mes en la Unidad Deportiva El Pipón. Ahí estaremos y le pido a Dios que me lo conserve varios años más, aunque ya no ande por la calle haciéndome sufrir con la fuerza descomunal del apretón de su mano.
Un abrazo querido amigo Luis y que Dios te bendiga.
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