Crónica

Recordaron tepatitlenses a los difuntos en su día


+ Hasta el ayuntamiento
se puso de vendedor


+ Llantos y oraciones por
aquel ser que se ha ido


Por Georgina González Ontiveros

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Pocas veces los cementerios de Tepatitlán se ven tan vivos como en el Día de Muertos, y el de este 2006 no fue la excepción. Aunque desde el primer día de noviembre las familias tepatitlenses comenzaron a aparecerse en las tumbas de sus familiares para comenzar a lavarlas y adornarlas, aprovechando la víspera, es el día 2 cuando todos aprovechan que no hubo clases en las escuelas para visitar a los familiares y amigos que ya se adelantaron.
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Organizados en un operativo conjunto, Protección Civil, la Cruz Roja, Bomberos y Tránsito Municipal coordinan y vigilan a los ríos de gente que desde temprano estuvieron llegando a los dos cementerios de la ciudad, "Mansión de la Paz" y "Jardín de la Esperanza". En las puertas de los panteones se instalaron vallas para ordenar el paso de la gente en dos filas, para entrar y salir, pero adentro, ya cada quien caminaba entre las lápidas como podían, sorteando pisos a desnivel, coronas, arreglos de flores y familias rezando sentados en las tumbas vecinas.


La muerte tiene permiso


DSC09937Durante el 2 de noviembre también los semáforos que están en el cruce de las calles Esparza e Hidalgo y el bulevar Anacleto González también se murieron, o por lo menos, nadie les hacía caso. Esta vez el tráfico estuvo ordenado por agentes de vialidad que detenían el paso de los vehículos para dejar cruzar a los peatones que se dirigían al panteón y viceversa. Ya en los alrededores de los cementerios, la vendimia estaba haciendo su agosto. Flores al por mayor, coronas para dejarlas como recuerdo, agua, refrescos, dulces, y hasta el ayuntamiento aprovechó para vender, a plazos, las gavetas y jarrillas que acaban de construir.
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Pero pocos compran. Los arreglos florales cuestan 80 o 100 pesos y las coronas arrancan también en cien pesos. La docena de flores valía 40 pesos, y de ahí el precio subía, según lo complicado del adorno. Adentro, las familias limpiaban las tumbas que habían ido a visitar, las lavaban, las sacudían o les ponían flores frescas, aunque no todos los muertos que hay ahí tienen quien los visite, muchas de las gavetas tienen restos de flores que alguien dejó ahí hace mucho, y a otras ya ni siquiera les quedan las placas que identifican quien está enterrado ahí.
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El 2 de noviembre en un panteón siempre es un día de contrastes. Se pueden ver muy cerca, unos de otros, a familias que le lloran a sus muertos, y a familias muy contentas; a señores solitarios que visitan la tumba de sus esposas fallecidas o de los hijos que ya se fueron; a madres e hijos que le rezan un rosario a los padres y abuelos enterrados. Y también, en este día, a los que visitan los panteones les cae el veinte de que lo único que se tiene seguro en la vida es, precisamente, la muerte: las fechas que se van leyendo al caminar entre las lápidas son reveladoras, uno se puede morir a cualquier edad.


Quedan los deudos


DSC09943A la tumba de Xóchitl Iñiguez llegó su papá, un señor ya muy grande que fue a llevarle unas flores y a visitarla solo, en la mañana, para evitarse la multitud que seguramente se encontraría por la tarde. Cuenta que su hija murió a los 22 años, hace más de 12, cuando tenía apenas dos meses de casada, aunque ella no quería casarse. Desde entonces, dice, iba al cementerio cada semana, hasta que su salud ya no lo dejó ir con tanta frecuencia. No dijo nada más de esa historia, salvo que después irían a visitarla sus hermanos.
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Escenas como ésta se repitieron por cientos durante el 2 de noviembre, en un día caluroso, por la mañana, en el que hasta las abejas estuvieron en el cementerio, impidiendo que la gente pasara por un pasillo de la sección de nichos. Después, los panteones lucirán como siempre, solos, hasta el siguiente Día de Muertos.

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