Hace treinta y tres años

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com


Treinta y tres años han pasado desde aquel 23 de diciembre de 1975, día de mi ordenación sacerdotal, en que mi madre habrá pensado:

“Hace algunos años, el cielo me concedió un hijo… Me parece que fue ayer… ¡Qué distancia entre aquellas alegrías y las que ahora hacen vibrar mi alma y la llenan de un sentimiento que hasta ahora nunca había experimentado!

¡Soy madre de un sacerdote!...

Esas manos que, pequeñitas, besaba con amor, están consagradas y han tocado a Dios.

Esa inteligencia donde yo deposité las primeras enseñanzas, desarrollada por el estudio e iluminada por las luces de lo alto, es ahora una inteligencia consagrada.

Ese cuerpo que yo iluminé y protegí, que me hizo pasar tantas noches en vela, cuando me lo disputaba la enfermedad; ese cuerpo, desarrollado ahora… es un cuerpo consagrado que estará al servicio de un alma sacerdotal, que se fatigará buscando al pecador, instruyendo al ignorante, abriendo el cielo al moribundo…

Ese corazón es casto y se ha apartado de todo contacto terreno; el amor de que está lleno hasta desbordarse, se llama caridad. Yo sé bien que en el secreto de su sacerdocio, cuando Dios ponga en su camino a un alma afligida y extraviada, brotarán de su corazón las palabras que consuelan y levantan, las palabras que hacen pensar en la bondad infinita de del corazón de Dios.

¿Qué te diré en la ceremonia? Ahí estaba, en medio de la multitud que asistía a la ordenación de los nuevos sacerdotes, ¡pero no veía a todos sino a él…! arrodillándose, poniéndose de pie, prosternándose, saliendo transformado y divinamente recogido de aquellas ceremonias imponentes que lo crearon sacerdote para siempre.

Cuando se quiera pintar la felicidad del cielo, deberá decirse: es la felicidad de una madre, que a la voz del hijo de las entrañas, ve descender al Dios de majestad infinita… en tanto que ella se pierde en una adoración tan profunda, que se olvida del mundo, de la vida, del tiempo… porque ya no existe para ella sino Dios y su hijo.

En medio de las penas de la vida, he tenido, gracias al buen Dios, días muy hermosos; ¡pero éste ha superado a todos!

¡Ese sacerdote era mío; yo lo había formado, su alma se había inflamado al contacto de la mía, en él me sentía revivir! Pero ahora, ya no es mío: ¡es sólo tuyo! Guárdalo a la sombra de todo mal; es la sal de la tierra: ¡no permitas que se corrompa, Dios mío! Te amo y lo amo… lo respeto, lo venero: ¡es tu sacerdote!”

Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los lectores del periódico 7 días su buena voluntad y su constancia en leer cada semana lo que aquí se presenta.

Les deseo que las próximas fiestas de la Navidad llenen sus corazones de esperanza y que el 2009 sea para ustedes y sus familias un año lleno de bendiciones.

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