Quieta Chapala es tu laguna,noches románticas como ninguna

+ Comer tacos de hueva, la
recomendación de una amiga

+ Y como sobró tiempo, directo
a la FIL para conocer a Quino

Por Flavia Bustamante

Flavia ¿ya conoces Chapala? Mmm… me suena de alguna canción de Vicente, pero no, no conozco. Eso me preguntaba una amiga quien me sugería que fuera a conocer ese lugar.

Es muy bonito, seguía diciendo ella, un tiempo estuvo casi seca pero ahora con tantas lluvias se ha puesto hermoso.

Deberías aprovechar e ir el domingo. Sales bien temprano (como si eso fuera tan fácil para mí y más aún un domingo, pensaba yo por dentro) y te vas con tu marido. No te vas a arrepentir.

Tan bonito me lo vendió que dije a todos en mi familia: no cuenten conmigo el domingo porque voy a Chapala con Ale.

El sábado tuve que hacer el trabajo del día siguiente para que mi suegro no se ande enojando (como le cuesta tanto…)

Total que el sábado, por una cosa u otra me acosté muy tarde y no descansaría lo suficiente para pasear al otro día, porque déjenme decirles que esto de estar embarazada, aunque no engordé mucho, se siente como cargar un garrafón de agua 24 horas.

Llegó el día, un poco rápido para mi gusto porque cuando hace frío es hermoso quedarse en la cama bien tapadito y el mayor tiempo posible; y eso de decir que a las 9 saldremos, no resultó, salimos más tarde, no sé por qué mi esposo hasta para pasear se altera, para mí era un día de descanso y salir una hora después no me importaba, Chapala nos esperaría igual.

Llegamos a Guadalajara, nos fuimos por una autopista que va directo a la laguna, pasamos por el aeropuerto y me dio un poquito de nostalgia, pero nada arruinaría ese día. Luego pasamos por la arena de Vicente Fernández, un restaurante de comida argentina y cuando menos me di cuenta, el paisaje había cambiado, casi, casi podría decir que estaba en las Sierras Cordobesas, cuando vi la laguna, se me figuró que estaba llegando a Carlos Paz, una villa turística en mi provincia.

Pero… la laguna era enorme. Parecía no tener fin. Podían verse algunas casas con techos de tejas, tipo “chalets”, sobre la ladera de los cerros. Casas muy bonitas.

Mi esposo dijo que allí muchos gringos van a vivir una vez que se retiran. Y así fue, vi más gringos que en toda mi vida.

Yo llevaba un mapita improvisado por mi amiga donde había un camino que decía Chapala, otro Ajijic, como la risa dijo ella, por ahí nomás también decía “galerías” y hotel Danza el Sol y más arriba San Juan Cosala o Cosalá y “comer tacos de hueva”. Era como un mapa de la película de Indiana Jones.

No le entendía mucho porque cuando ella me iba explicando cómo llegar, hacía el dibujo y yo lo veía al revés. Así no pude memorizar nada.

Pero llegando a Chapala vimos un cartel que indicaba que hacia la izquierda estaba el camino a Ajijic.

¡Llegamos por fin! Las calles principales se veían muy lindas, con palmeras, muchas turistas caminado. El día ayudó, estaba soleado pero con una brisa suave que hacía más agradable el recorrido. Buscamos estacionamiento y emprendimos la caminata por la costanera pero ni bien comenzamos, mi esposo ya se paró a comprar algo para comer y qué casualidad, lo que al él le gusta, a mí no. Compró una nieve de elote (¡guácala!) pero por lo menos así él caminaría a gusto.

Pasamos por un mercado de artesanías, música por todos lados, comidas por supuesto. En lo que llegábamos a una especie de muelle se oía un ruido al son de una música folclórica, eran unos señores haciendo el baile del viejito con máscaras, bastones y unas ojotas (huaraches) de madera que pegaban en el suelo marcando el compás.

Caminamos por ese muelle o lo que fuera, a un costado varias lanchas que por unos pesos te llevaban a recorrer la laguna pero dejamos eso pendiente para otra vez, nomás nos tomamos fotos, también a las lanchas y los pájaros que por ahí paraban entre caza y caza.

Fuimos a caminar hacia el otro extremo, una zona restaurantera llamada “Acapulquito”. Con el olorcito a comida y con eso de que nomás con ver agua me dio hambre, ya quería quedarme ahí. Pero mejor dijimos con Ale que deberíamos ir por los tacos de hueva.

Qué hermoso el camino hacia Ajijic, mucho verde, flores, su ciclovía o calle exclusiva para las bicicletas, había gringos como para hacer dulce (eran muchos), muchos barrios privados, infinidad de letreros en inglés y galerías de arte.

Más adelante se encontraba San Juan Cosalá, y allí paramos en un restaurante a comer los dichosos tacos de hueva, además de unos filetes de pescado. No sé por qué me imaginé que serían unos filetes enormes, de esos que no se terminan más pero cuando nos trajeron la comida, eran apenas la mitad de un plato. Igual lo comí, estaba sabroso pero ya intuía que la digestión sería más rápida y luego terminaría comiendo cualquier otra cosa que me pusieran enfrente, preferentemente algo que no alimente.

Terminando de almorzar vimos que era temprano aún. ¿Qué hacemos? Nos preguntamos ¿y si vamos a la Feria Internacional del Libro?

Y así fue que terminamos el día recorriendo la FIL. Creo que el lugar donde se hace es la Expo Guadalajara, me quito el sombrero antes las instalaciones de ese edificio, el estacionamiento amplio, los baños enormes y bien limpios. En cuanto a la Feria, se veía todo muy organizado, mucha vigilancia, gente que le informaba a los despistados como yo. Todo se veía bien.

En eso, veo una fila interminable de gente en uno de los stands, resultó ser que Quino, mi compatriota y autor de Mafalda, firmaría los libros de esas personas.

Mi cuñada Georgina se quería morir porque en todos los años que visitó esta feria, jamás le tocó que estuviera Quino. Y esta vez que por su trabajo no pudo ir… justo me estaba por ir, nomás se me ocurrió mandarle un mensaje para que sufriera, pero sufrimos las dos; me pidió que al menos una foto le tomara. Mis pies no daban más y cuando le dijera a Ale que deberíamos esperar media hora hasta que se apareciera el “papá de Mafalda” me mataría.

Por suerte no dijo nada y volvimos al pabellón nacional donde sería el tan esperado suceso. Creo que tuvimos suerte de ponernos justo en el camino por donde llegaría el autor.

Puntualmente a las 6 de la tarde se vio entre la multitud a un grupo de guardias de seguridad rodeando a Quino, le di la cámara de fotos a Ale porque él es más alto y yo con mi celular pudimos conseguir una foto para Georgina.

Al llegar Quino al stand, la gente lo recibió con un fuerte aplauso y cantando “¡¡A la bio, a la bao, a la bim bom bam, Quino, Quino, ra, ra, ra!!” eso no me lo esperaba y me causó gracia.

Ahora sí podíamos irnos contentos, con la foto y con el primer libro que le compro a mi hijo.

Ya era tarde y volvimos a Tepa habiendo aprovechado el día, no descansamos pero fue lindo haber tenido casi una última salida solos antes de que nazca Santiago.

Por suerte llevé una almohada para el viaje. Estaba muy cansada, fusilada digo yo. No quería dormirme en el camino por temor a que Ale también lo hiciera.

-¿Qué me mirás? Le dije a él.
-Es que te dormiste, me dijo.
-No es cierto, respondí.
-¿De qué te reís? Dije.
-Es que te volviste a dormir, dijo.
-No es cierto.
-Sí es cierto.
Pero sí, creo que me dormí un poquito porque cuando volví a negarlo dije: si apenas estamos por llegar a Zapo.
-¡Ja ja ja! Esas luces son de Tepa ya. ¿Viste que sí te dormiste?

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