Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
En cierta ocasión, un joven reportero le preguntó a un agricultor de Argentina si podía revelar el secreto de por qué años tras año ganaba el concurso nacional al mejor productor de maíz. El agricultor, con toda sencillez, confesó: -Es que yo comparto mi semilla con los vecinos. -Pero, ¿Por qué comparte su semilla con sus vecinos, si ellos también entran al mismo concurso?, reprochó el reportero.
-Vera usted, joven, dijo el agricultor mirando aquellos inmensos campos. El viento, que va de aquí para allá y luego regresa de allá para acá, lleva el polen de maíz maduro de un sembradío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga.
El amor comienza con los que están más cerca de nosotros mismos, es con ellos con quienes hemos de empezar a compartir nuestro maíz para formar un tejido del cuerpo, donde se vive el Reino de Dios. El buen samaritano no estaba llamado a salvar a todos los moribundos; sólo a aquél que se encontró en el camino.
Quienes pretenden vivir bien, debe apoyar a los que están cerca de ellos. Y quienes optan por ser felices, han de contribuir a que sus hermanos y amigos encuentren la felicidad, porque la fortuna de cada uno está hipotecada al bienestar de quienes lo rodean. Los países que quieran lograr el progreso, deben promover que sus vecinos también se superen.
No es construyendo bardas o muros en las fronteras como progresaremos, sino compartiendo el maíz de nuestra alegría, paz y desarrollo con los más cercanos. De esta manera vamos a crecer nosotros y vamos a crecer juntos con mayor fuerza. Es muy importante enseñar a los hijos desde pequeños que aprendan a compartir con los demás tanto en la propia familia como en la escuela y en las diversiones.
Cuando un niño aprende a no ser egoísta, cuando sea grande disfrutará mucho compartiendo con los demás, sobre todo con los que menos tienen porque como nos dice la Biblia: “Hay más alegría en dar que en recibir”. Señor Jesús, tú participaste tu divinidad con nosotros, para enseñarnos a vivir como hijos de Dios. Enséñanos a compartir nuestra humanidad con los demás, nuestros dones y carismas, nuestros bienes materiales, espirituales e intelectuales.
Quiero aprender a compartir el maíz de mi tiempo, de mi capacidad de escuchar, de mi solidaridad y también los secretos de mis éxitos y triunfos con los más cercanos a mí. No permitas, Señor, que construya bardas para defenderme, porque ellas me apartan de mis hermanos, que también son hijos tuyos.
Que el viento impetuoso de tu Santo Espíritu lleve de aquí par allá y de allá para acá la riqueza de los mejor de nosotros mismos, comenzando con los que están más cerca de nosotros mismos.
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