Por el padre Miguel Ángel
Cuentan que hace años,
un americano que viajaba en un autobús, en Suecia, le dijo al hombre sentado
junto a él: “Mi país es el más democrático del mundo. Cualquier ciudadano puede
ir a la Casa Blanca a ver al Presidente y discutir los problemas con él”. Y el
hombre le contestó: “Eso no es nada”. En Suecia, el rey y la gente viajan en el
mismo autobús”. Cuando el hombre se bajó del autobús le dijeron al americano
que su compañero de asiento era el mismo rey Gustav Adolf.
El evangelio es más
claro que el agua. La Palabra de Dios siempre nos recuerda lo mismo: A
Jesucristo lo podemos abrazar, servir, alimentar, visitar. Sí, hoy, aquí y
ahora. ¿Cómo? No sólo con el comportamiento, con palabras… Sí, está físicamente
presente en los más pequeños. Con acciones físicas. “Entonces el Rey dirá a los
que están a la derecha. Bendecidos por mi padre, vengan a tomar posesión del
Reino que está preparado para ustedes desde el principio porque estaba solo en
casa y me visitaron, me dieron una
paliza y me llevaron al hospital, era de otra raza y me acogieron, sí
bendecidos porque me amaron a mí, presente y oculto en los pequeños. Y cuando
venga el Rey en su gloria le podremos decir: yo te he viso muchas veces a lo
largo de mi vida.
Decía un gran santo
llamado Juan de la Cruz: “En la tarde de tu vida serás examinado en el tema del
amor”.
Qué importante es
tener presente todos los días de nuestra vida que cuando llegue el momento
definitivo de encontrarnos con Nuestro Señor Jesucristo para recibir la
recompensa eterna no nos va a preguntar ¿Cuánto dinero tenías o que tan
inteligente eras? Sino que nos llevara al cielo si lo supimos reconocer en la
persona de los más pobres y necesitados, socorriéndolo para que no siga
teniendo frío, ni hambre, ni sed.
Cualquier obra buena
que hagamos para socorrer a quien de verdad lo necesita, abramos bien los ojos
del alma, porque escondido en esa persona está nada menos que el mismo
Jesucristo.
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