San Diego de Alejandría, Buen Cristero III

+ Aportación del escritor y
   periodista Enrique Estrada

Por Óscar Maldonado Villalpando


En su escrito, el autor enamorado de su tierra y sus tradiciones, reporta la memoria viva de las gentes mayores, en 1969. Desde la plaza del pueblo partieron las columnas de nuevos soldados de Cristo Rey.

El canto de guerra era: Tropas de María sigan la bandera,
no desmaye nadie, vamos a la guerra.

Virgen de la Concepción, márcame el camino,
da tu bendición, a este peregrino.

Y así camino del cerro,
enfilaron sus caballos;
los que traían, los que no,
hicieron sonar sus pasos
a través de la llanura,
 a conquistar los bajíos.

Y conquistaron  y todo;
llegaron a San Francisco,
tomaron de ellos la plaza,
pero por ser a su modo,
tuvieron que abandonarla
al acoso soldadesco.

Desperdigados, perdidos,
se tragaron el Palenque
a pasos agigantados,
para reunirse aquí mismo
y después salir volados
en pos de los cuatro lados.

Todos se despabilaron
cuando se llegó el gobierno,
 a Guaracha, al Comedero,
a San Ramón de las Tablas,
al Picacho y Torogato,
fueron a parar corriendo
y a prepararse de nuevo.

La enfurecida respuesta no se hizo esperar y el 5 de enero de 1927 llegaba la tropa federal a la misma plaza con lujo de violencia.
La personas fueron testigos de que ese día los soldados sacaron uno de los confesonarios del templo y lo quemaron  ante todo mundo, para escarmiento.

Mientras tanto los pelones
tomaron sin más la plaza;
te faltaron al respeto,
te mancillaron sin freno,
te quemaron tus reliquias,
pobre iglesia centenaria.

Tú que los viste partir,
los mismos verás llegar
a todos tus hijos juntos
y,  a los que te han profanado,
los verás mordiendo el polvo,
 porque no todos huyeron,
se quedaron tres chiquillos
a hacerle cosquillas al diablo,
a cucarlos con toritos
y treparse hasta sus barbas.

Tres muchachos, aprovechado la noche, se acercan hasta donde dormían los federales y destruyen las lámparas que habían colocado.  Esta actitud  enciende la ira de la tropa que arremete contra los habitantes del pueblo.

Por venganza los soldados,
detienen a toda gente
y por negarse a gritar:
Viva el supremo gobierno
y no querer renegar
de Cristo Rey y la Virgen,
los fusilan en la plaza.

Otros más, mueren ahorcados
ante la soga tirana,
que representa maldad,
ignominia y desventura,
para quienes heredaron,
por fortuna, de sus padres,
esta religión cristiana.

Estas narraciones eran familiares en esos tiempos, así las rescata el escritor Enrique Estrada y nos las presenta en una obra que se representó en las fiestas centenarias de la Parroquia, organizada por el nunca bien ponderado don Saturnino Covarrubias, el párroco.

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