Por el padre Miguel Ángel
En una academia de pintura, un joven pensando que ya había terminado
su cuadro, llamó a su maestro para que lo evaluara. Se acercó el maestro y
observó la obra con detenimiento y concentración durante un rato. Entonces, le
pidió al alumno la paleta y los pinceles. Con gran destreza dio unos cuantos
trazos aquí y allá. Cuando el maestro le regresó las pinturas al alumno el
cuadro había cambiado notablemente.
El alumno quedó asombrado: ante sus propios ojos la obra había
pasado de mediocre a sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro: ¿Cómo es
posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el
cuadro?
Es que en esos pequeños detalles está el arte, Contestó el maestro.
Si lo vemos despacio, nos daremos cuenta que todo en la vida son
detalles. Los grandes acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos
impiden ver esos pequeños milagros que nos rodean cada día. Un ave que canta,
una flor que se abre, el beso de un hijo en nuestra mejilla, son ejemplos de
pequeños detalles que al sumarse pueden hacer diferente nuestra existencia.
Todas las relaciones, familia, matrimonio, noviazgo o amistad, se
basan en detalles.
Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque
probablemente sí que le hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que
escales el Monte Everest para probar tu amistad, pero sí que lo visites durante
unos minutos cuando sabes que está enfermo.
Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para
demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras
esperan esa gran ocasión dejan pasar muchas otras, modestas pero
significativas. Se puede pasar la vida sin que la otra persona necesitara jamás
que le donaras un riñón, aunque se quedó esperando que le devolvieras la
llamada.
Se piensa a veces que la felicidad es como sacarse la lotería, un
suceso majestuoso que de a noche a la mañana cambiará una vida miserable por
una llena de dicha. Esto es falso, en verdad la felicidad se finca en
pequeñeces, en detalles que sazonan día a día nuestra existencia.
Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente
simpleza. No desestimes jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una
carta, una palmada en el hombro, una palabra de aliento o unas cuantas líneas
en tu tarjeta. Todas estas pueden parecer poca cosa, pero no pienses que son
insignificantes.
En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el
cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La
flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el
recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de
quien las recibió.
¿Qué esperas entonces? Escribe esa carta, haz esa visita, levanta el
teléfono. Hazlo ahora, mientras la oportunidad aún es tuya. No lo dejes para
después por parecerte poca cosa. En las relaciones no hay cosas pequeñas,
únicamente existen las que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones...
Cuando vuelvas a leer el periódico dentro de 7 días, pregúntate ¿Qué
tantos detalles he tenido con mi familia? Ojalá que hayan sido y sigan siendo
muchos.
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