Por Pbro. José Arturo Cruz Gutiérrez
Cuando pasaron los hijos de Jesé
ante Samuel Dios le dijo: “Yo no juzgo como juzga el hombre”. ( l
Sam. 16,10)
Un mal nuestro
¿Por qué te fijas en la paja del
ojo de tu hermano, y no te fijas en la viga que llevas en el tuyo?
Hipócrita. Culturalmente, nuestra raza mexicana, trae consigo un mal
hábito, trae un especie como de chips grabado en lo profundo de su
ser, en fijarse en cuestiones externas, en apariencias. En qué es
lo que hace el otro o que es lo que deja hacer.
Lo peor de esto es que medimos nuestra
vida, al compás de la vida de otros. Y contadas veces, ponemos nuestra
atención en los otros, que hasta llegamos a comportarnos como ellos. Y en
contadas ocasiones nos dejamos llevar por las apariencias; medimos la vida de
otros por el simple aspecto externo.
Y si alguien es bien parecido, es guapo,
simpático, tiene buena presentación, es de un buen nivel económico etc. entonces
decimos que sí vale, que sí es bueno, que sí vale la pena comprometerse con él.
Si por el contrario éste no es atractivo,
guapo, simpático y además de mal nivel económico, entonces decimos este no
sirve, que no es bueno, que no vale la pena comprometerse con él.
Y juzgamos por las apariencias, que
muchas veces engañan Y nos ponemos a querer hacerla de jueces,
papel que no nos toca jugar, ya que no hemos venido con este fin a lo vida, con
este propósito. Nuestro propósito es otro. Nuestro propósito es la de
asemejarnos más a Cristo, ser más comprensivos, más tolerantes con los demás,
como Él lo fue (Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraran
descanso).
Dios ya conoce lo
que hay en el hombre
Teológicamente podemos conocer una
de las propiedades más bellas y más grandes que tiene el Creador. Dios es quien
conoce nuestro corazón, ningún otro ser sobre la tierra, tiene esta virtud de
penetrar en nuestro corazón.
De conocer lo que hay en el, lo que sale
de el. Y la enseñanza es clara: la mirada de Dios no es como la de los hombres.
Allí donde los hombres no veían
nada, Dios lo ve todo. Si lo pensamos bien, hay un misterio en esa mirada de
Dios. Él, que lo ha creado todo, no necesita ver que algo ya existe, pues es Él
mismo quien todo lo trae a la existencia.
La vocación, entonces, no consiste tanto
en que Dios reconoce que alguien ya tiene lo que el quisiera, sino en que Él
crea en alguien algo que no tenía, hasta hacerlo una nueva persona.
Nuestro compromiso
Nuestro compromiso será la de vigilar y
estar atento a no dejarme llevar por las apariencias, por la crítica, por
el juicio, por la murmuración. Ya que esto empobrecería mi persona, mi opinión
de sí mismo y de los demás.
Y no estaría contribuyendo a crear un
ambiente más sano, más justo, más propositivo y estaría cayendo en algo tan
bajo, tan corriente que hasta pena daría el salir al encuentro de los otros.
Y esto no estaría favoreciendo a
establecer unas mejores relaciones entre nosotros y donde en un futuro no
muy lejano, viviéramos un mundo diferente.
Hay que evitar la tentación
de estar muy a expensas de ver que es lo hace el otro, hay que fijarse más
bien lo que hago yo y en lo que dejo de hacer. Pensar en que Dios me
va a juzgar a mí, por lo que yo hice, no me va a juzgar por lo que hizo el
otro.
Por lo tanto, hay que dejar en paz las
vidas ajenas y no dejarme llevar por apariencias.
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