Domingo de ramos
Por Pbro. José Arturo Cruz Gutiérrez
En este domingo se tiene la procesión
simple o solemne que conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio
que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo
de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde,
justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la
procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de
Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.
Las lecturas de
la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán necesarias para que
Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta al Siervo doliente
con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el sacrificio (1L). El
himno cristológico de la carta a los Filipenses hace hincapié en la humildad y
en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de Jesús (2L). Finalmente el
relato de la pasión según san Mateo muestra a un Cristo lleno de majestad que
reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y sus dirigentes y es conducido
a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es la piedra angular
sobre la que se levanta el edificio de la Iglesia naciente (EV). Obediencia
filial hasta la muerte por amor es aquello que unifica y sobresale en la
liturgia de este día.
Procesión con las palmas
La
procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha
realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora
llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo
está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de
los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la
procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional.
Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los
hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica
encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.
Al mismo tiempo,
la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el altar.
La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas
que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada
de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras
almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo
comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la
Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella. Si en la procesión
vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del
cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias:
la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería
descubrir ambas realidades: patria celesta y camino para llegar a ella, en su
dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante
de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y
padece en nosotros que somos su cuerpo
Los pasos que Cristo siguió
La fe en Cristo
en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva
cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el
Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se instaura
una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de sus acciones y se ofrece
libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de
ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del
Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano
pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo
es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres.
¡Cristo Rey nuestro!
Sólo Mateo presenta los eventos de la
pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los
sepulcros abiertos... La cortina del templo se rasga simbolizando que los
sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio
excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres
por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo
tiempo el fin de la historia.
Educación a las próximas generaciones
La
educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los
“niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar
la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez.
Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al
influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la
imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de
violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando
sin duda una huella.
Cada cristiano debe sentirse
responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el
corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a
vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los
sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad
principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una iglesia
doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a
Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres.
Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos
los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los catequistas,
los párrocos...
Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars,
una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque
ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de
nuestras iglesias, serán los que mañana predicarán el evangelio, formarán
comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán
hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de las artes es educar un niño.
Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la
virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del
desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.
Un peligro no
pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que
recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida.
Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen
un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea
con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los
mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan
traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la preocupación, pero
también la felicidad, de sus padres.
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