Asilo de ancianos


Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Sobre una mesita, al lado de su cama de una ancianita, recluida en un “asilo de ancianos”, se encontró esta carta. “¿Qué ves, cuando me curas? ¿A quién ves cuando me miras? ¿En qué piensas cuando me dejas? ¿Qué dices cuando hablas de mí? La mayoría de las veces ves una vieja arisca, un poco “desubicada”, con la mirada perdida, que no está completamente lúcida, que babea cuando come y no responde cuando debería; y no deja de perder sus zapatos y huaraches, que dócil o no te deja que la bañes y le des comida, haciéndote un día pesado. ¡Esto es lo que ves! Pero abre los ojos, porque ésa no soy yo. Te diré quién soy. Soy la última de diez hijos con un padre y una madre y todos los hermanos nos amábamos. Soy una joven de 16 años, con alas en sus pies, soñadora que muy pronto encontró a su novio y a los 20 ya estaba casada. Mi corazón salta de alegría cuando recuerdo los propósitos que hice aquél día. Soy una mujer de 30 años, mi hijo crece muy rápido, estamos muy unidos. Tengo 40 años, el se irá de un momento a otro. Tengo 50 años y a mi alrededor vuelven a jugar los niños. Luego aparecen los días grises: mi marido muere. Veo el futuro temblando de miedo, puesto que mis hijos tratan de vislumbrar su futuro. Y pienso en los años y en el amor que he conocido. Ahora estoy vieja. La naturaleza es cruel, se divierte haciendo pasar la vejez como locura. Mi cuerpo me deja, la belleza y las fuerzas me abandonan. Y con la edad avanzada, allá donde un tiempo existió un corazón, ahora hay una piedra. Pero en esta vieja flaca permanece la joven cuyo viejo corazón se inflama al máximo, recordando mis alegrías, los dolores y siento que los vulgo a vivir y a amar. Vuelvo a pensar en los años tan breves y que han pasado tan pronto y acepto la implacable realidad de que “nada puede durar”. Abre ahora tus ojos, tú que me curas, y ve, no a la vieja necia, ve mejor y me verás a mí”.

Cuántos rostros, cuántos ojos, cuántas manos estrechamos cada día! y ¿y qué miramos?¿Las arrugas, las amarguras, las dudas, su dureza? Si aprendiéramos a mirar sus sueños, sus amores, sus sufrimientos escondidos. Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.

Muchas veces nos acostumbramos a mirar a las personas superficialmente y hasta emitimos juicios muy dudosos.

Que no se nos olvide aquél famoso refrán que dice “caras vemos, corazones no sabemos” Dios nos conceda descubrir en cada persona un hermano o una hermana.

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