Gonzalo “Chalo” de la Torre H.
chalo2008jalos@hotmail.com
Una noche, va un automóvil por la carretera a una velocidad excesiva; iba a solamente 220 km/h y es avistado por un policía federal, quien de inmediato se da a la persecución del mencionado vehículo. Una vez que lo alcanza, conmina al conductor a que se detenga y baje del vehículo.
El conductor se baja con dificultad, evidenciando sin lugar a dudas su estado etílico en grado superlativo, o sea, iba bien borracho. El guardián de los caminos se da cuenta de ello y le llama la atención entablando el siguiente diálogo.
- ¿Qué prisa lleva? Viene a 220 km/h.
- ¿A 220? Yo solo veía como a 22. Le contesta el susodicho tripulante, hablando “borroso”.
- Pues le faltó ver un cero y además viene borrachísimo, mire nomás. No puede ni sostenerse en pie.
- No jefe, no ando borracho, nomás me he tomado dos copitas.
- Pues vaya que salió efectivo ese vino. Si con dos anda hasta atrás, ya me imagino si hubiera tomado más. A ver, permítame su licencia.
- ¿Licencia? ¿qué es eso?
- No me diga que no sabe qué es la licencia de conductor.
- No jefe. De verdad que no sé lo que es eso.
- Es un cuadrito más o menos así y tiene su fotografía. (Hace la seña con la mano, señalando más o menos el tamaño del documento solicitado.)
- Pues déjeme ver si traigo algo en el carro.
Va y busca en la guantera y casualmente, encuentra un espejito de forma rectangular y viendo su cara en el “cuadrito”, supone, por su estado alcohólico, que es la licencia. Va y se lo entrega al oficial.
Éste, al ver el objeto exclama: ¡caramba! De haber sabido antes que también eres federal, no te hubiera detenido.
Este chiste se lo escuché al magnífico comediante Víctor Padilla, “El Chistero”, en el canal 4 de televisión. ¡Qué ingenio el de este humorista!
Sin embargo, la famosa combinación volante más alcohol, sigue siendo la causa número uno de muertes en un cierto sector de la población, especialmente entre la juventud.
A pesar de las campañas publicitarias y de concientización del riesgo que tiene el conducir bajo los efectos del alcohol, se siguen observando todos los días conductores que han bebido en exceso y manejan un vehículo, que bajo esas circunstancias se convierten en un arma mortal.
No solo va arriesgando su propia integridad, sino de muchas otras personas que no tienen responsabilidad de la irresponsabilidad de los conductores ebrios.
Algunos expertos han colaborado a hacer leyes que inhiban el consumo del alcohol, en lo que se refiere a los conductores. Afirman que se puede consumir una cierta cantidad de esta sustancia, sin afectar las condiciones físicas o perceptivas del consumidor. Difícil saber una cantidad exacta del alcohol que se puede consumir sin sentir los efectos. Algunas personas consumen mucho y no muestran los efectos; algunos otros con una cerveza, cuando menos, sienten sueño y pesadez en sus movimientos.
Es sabido que el consumo de alcohol, produce efectos diversos. Minimiza los riesgos, pues no medimos correctamente el peligro de algunas circunstancias. Reduce considerablemente la rapidez de los reflejos necesarios en caso de maniobras inesperadas o intempestivas. Produce euforia, lo cual nos hace sentirnos más chingones para cualquier evento y lo tal vez más riesgoso: si pensamos en el peligro, nos convencemos de que un accidente les pasará a otros, pero a nosotros no.
De cualquier manera, lo recomendable es que si tiene deseos de beber, búsquese un “conductor designado”, que conducirá por usted y procurará conservar la integridad física de todos, pues no beberá mientras usted se divierte.
No estamos atacando ni promoviendo el consumo del alcohol en cualquiera de sus presentaciones. Su consumo es completamente responsabilidad de cada persona. Si alguien desea cambiar de nombre y ponerse “Pedro”, es muy su libre albedrío. Pero la limitante es cuando su afición pone en riesgo la integridad física o la vida de personas que nada tienen que ver con sus deseos de fiesta alegradas por esta bebida “espirituosa”.
Se afirma, y con razón, que con medida todo es bueno; con exceso, todo es malo. Es verdad. Hasta lo bueno cala, dijo Cantinflas.
La recomendación es que cada quien conozca su propio límite y no lo rebase. Es una línea de seguridad que nos conviene a todos por nuestro propio bien.
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