Vicente vivía preocupado con estos y otros pensamientos: Sí me muero ¿qué será de mi esposa y de mis hijos?, ¿quién va a cuidar de ellos? Un día salió tempranito para el campo, siempre concentrado en sus pensamientos. De repente oyó en lo alto de un árbol un fuerte piar de pajaritos. Casi en la misma rama había dos nidos con crías de tordo. Ya había caminado un poco, con su azada al hombro, cuando vio a un gavilán que cazaba un pajarito. Era precisamente el tordo que traía alimento a sus crías. Enojado, trató de alcanzar al gavilán a pedradas, pero el tordo ya estaba fuertemente apresado por las garras del gavilán.
Cuando al día siguiente volvió a su trabajo, Vicente se fue directamente hacia aquel árbol para visitar a las crías huérfanas. Estaba seguro de que iba a encontrar muertas de hambre a las crías de la madre capturada. Pero las encontró gorjeando, llenas de vida. ¿Cómo era posible? y se quedó allí para descubrir el secreto. Al poco rato vio llegar a la madre del nido vecino, que repartió lo que había traído a las crías de los dos nidos.
Señor y Padre mío -exclamó Vicente quitándose el sombrero y arrodillándose en el duro suelo- me había olvidado de que existe una Providencia Divina, pensaba que solamente yo podía mantener a mi familia. Ahora veo que eres tú, Padre mío, el único y seguro sustento de mis hijos.
La Divina Providencia es el cuidado que Dios tiene de todos y cada uno de nosotros, por eso hay que repetir con frecuencia “Divina Providencia, asístenos en cada momento, para que nunca nos falte pan, casa, vestido y sustento y en la vida y en la muerte el Santísimo Sacramento”.
0 Comentarios