Apodos al poder



México puede ser diferente si, acaso, cambiamos las leyes.

 Las leyes se cambian cuando hay interés de los políticos… o de los amigos de los políticos.

Un caso concreto de cómo se ajustó la ley, a favor de los políticos, ocurrió hace apenas unos años. En el ámbito electoral, hasta hace unos años, era impensable que los votantes eligieran a una persona por su apoyo, “alias” o sobrenombre.

 En Tepatitlán, por ejemplo, habremos de elegir al próximo alcalde o alcaldesa, según su apodo; ninguno peyorativo -al contrario-, a ellas y ellos les gusta que les identifiquen por sus sobrenombres.

Gracias a una de las más recientes reformas electorales, en las boletas pueden aparecer los apodos con los que son conocidos, además de sus nombres de pila.

Así las cosas, si los tepatitlenses quieren ser muy formales, deberán elegir entre María del Carmen, María Elena, María Concepción, Luz María, Rigoberto y Antonio.

Si no quieren ser muy formales, pueden optar por elegir a Carmelita, Nena, Conchita, Luzma, Chachín o Brechas.

Son los mismos, pero la gente los ubica mejor por sus apodos y no por sus nombres bautismales.

Y, cualquiera que sea el resultado final del próximo domingo 1 de julio, lo interesante será conocer cómo deberán llamarles en los actos o ceremonias oficiales, a partir del 30 de septiembre; cuando asuman el poder.

Parecen cosas pueriles, pero en el fondo estamos hablando de cómo las leyes se pueden ajustar a los intereses de los políticos. Hace décadas el formalismo era parte esencial del discurso político. Hoy en día el discurso se ha modificado a tal grado que, por ejemplo, a los funcionarios se les habla de “tu”, se les conoce por sus motes, apodos o sobrenombres e, incluso, les podemos votar en las boletas electorales, sin faltar a la ley.
Cambian las formas, ¿y los fondos, cuándo?

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