Por Diego Armando Loza Hernández
La juventud debe caracterizarse por ser la etapa en que se gestan los sueños de las personas y conocemos nuestras fortalezas y debilidades, y luego de este diagnóstico nos fijamos metas para realizarnos. Por ello, es relevante entender este periodo y vivirlo de manera auténtica y plena.
Hablar de la juventud me recuerda la expresión del Papa Francisco en su exhortación apostólica Christus Vivit. Todo el documento recopila las ideas de los jóvenes cristianos y ateos que participaron en el sínodo que se realizó el 25 de marzo del 2019 y coinciden en que la Juventud, más que una edad, es un estado del corazón; estos tiempos exigen relucir nuestro espíritu joven, explotar nuestras habilidades para sobrevivir este fenómeno mundial.
Hoy un buen número de jóvenes tal parece que preferimos seguir siendo adolescentes hasta los 35 o 40 años, por ser renuentes a asumir algún compromiso, menos permanente. Esto es fruto de la cultura de lo provisional y del descarte que hoy vivimos. El joven egresado de la universidad se enfrenta a la confusión por las exigencias del mundo laboral, donde la experiencia es fundamental para una contratación y el joven con mucho arraigo desea demostrar sus talentos.
Una situación muy usual en nuestros días es la de los jóvenes que, aún después de graduados, permanecen en la casa de sus padres hasta después de los 30 años, dependen económicamente de ellos y no asumen el compromiso, incluso en la vida del matrimonio hoy es un temor en los jóvenes, percibimos el matrimonio con base al erotismo , no con el enfoque del compromiso de dos vidas que se van a complementar y a ayudar para siempre.
Hoy en día una multitud de adolescentes se casan como si se tratara de un simulacro en una kermés y cuando se les presenta un problema, por pequeño que sea, deciden romper un compromiso que era para toda la vida y en muchos casos con el apoyo de papás paracaídas, que siempre los sobreprotegen, con lo que evitan que dejen la adolescencia y alcancen la adultez.
El origen de esta situación es que nunca se nos formó para que adquiriéramos la capacidad de resiliencia, la cual, como lo he expresado en artículos anteriores, implica ser capaz de soportar y sortear todas las visicitudes y problemas que nos depara el destino.
En conversaciones con adultos mayores, los jóvenes tenían claro que esta etapa de la vida era para prepararse bien, para luego luchar por tener un trabajo digno, y de ahí, empezar a escalar peldaños con base en el esfuerzo y la pasión.
Por otra parte, cada día es más usual encontrar jóvenes preparatorianos o universitarios que recurren a estimulantes para motivarse y evitar cansarse al hacer sus tareas y estudiar, debido a su deficiente autodisciplina. Los jóvenes debemos de entender que nuestra falta de capacidad para estudiar o poner atención no es originada por impedimentos neurológicos, sino por falta de autodisciplina.
Queremos todo rápido y en la mano, todo proyecto requiere un esfuerzo y dedicación, desgraciadamente se promueve la ley del mínimo esfuerzo donde ganar un buen salario a costa de perder tu libertad, el estudio y la superación personal quedan descartadas.
Se nos olvida que nuestro paso en la tierra es temporal, por lo tanto debemos de esforzarnos en buscar la trascendencia, ante todo, los jóvenes debemos aprender a remar contracorriente en una sociedad hedonista, individualista, materialista y permisiva; si no logramos blindarnos ante ésto, difícilmente forjaremos una juventud sólida que nos permita realmente trascender.
Tenemos que renunciar a ser fugitivos ante los problemas y retos que se nos presentan en la vida y enfrentarlos con coraje y carácter para poder crecer. De ninguna manera podemos refugiarnos en las drogas, alcohol, placeres sexuales, la violencia o el crimen, sino eligiendo el bien y haciendo el bien a los demás.
Debemos rechazar la cultura equivocada que hoy nos priva entre los jóvenes “el fin justifica los medios”; el principio ético es y será válido siempre: “El fin no justifica los medios”. Este credo equivocado ha dañado mucho a nuestro país.
Entregarnos sin reserva a un trabajo honesto, luchar siempre por la verdad y actuar de acuerdo a nuestros principios, aunque eso implique rechazo en ciertos sectores incluso hasta en medios que se dicen ser instituciones pulcras.
Es por eso que concluyo que nuestra juventud, queridos amigos, debe ser la etapa de la donación plena expresada en el servicio a los demás, hay que actuar así, sin importar el cansancio o la desesperanza circundante; de ahí me regreso al título “Ser joven, más que una edad, es un estado del corazón”. Cuidemos siempre nuestra mente, nuestro corazón, nuestro entorno, preparémonos con pasión para seguir sirviendo a la patria desde nuestra trinchera.
Agradezco amigo lector tu tiempo y atención, nos seguimos comunicando.
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