Por Christian Villalobos
Hace 110 años, el señor presidente don Francisco I. Madero convocó a los ciudadanos de todo el país a tomar las armas en defensa de sus derechos básicos, tomó esta decisión después del horroroso fraude electoral de 1910.
Con la proclama maderista el país entero se levantó, exigiendo entre otras cosas, “Sufragio efectivo no reelección” y “Tierra y libertad”, frases que por ellas solas enmarcan valores sagrados como la democracia, la libertad en todos los sentidos desde la expresión hasta la autodeterminación de los destinos personales y colectivos, la distribución de la riqueza de forma equitativa, educación, entre tantos otros reclamos sociales que aun después de un siglo tienen sus ecos en la sociedad del país que es el ombligo de la luna.
Madero soñaba con una época democrática de instituciones, una sociedad educada en los mayores valores humanistas, donde todas las personas valieran lo mismo, con seguridad social y jurídica. Lamentablemente Francisco y Gustavo Madero no pudieron ver realizada su odisea, porque fueron asesinados de una manera tan ruin, al lado del respetable Pino Suarez, por los chacales que encubrieron un asesinato y un golpe de estado lo convirtieron en un acto constitucional, manchando para siempre con vergüenza a la patria.
Después de la muerte de los apóstoles de la democracia, la lucha armada se intensificó, se convirtió en una verdadera masacre, hermano matando a hermano, toda la sociedad dividida por los caudillos que se autodenominaban la esperanza de México, pero que en su actuar demostraron ser más perjudiciales que los propios porfiristas.
El famoso general Francisco Villa decía con frecuencia: “Yo prefiero pagar primero a un maestro y después a un general.” Con esta frase el centauro del norte dejaba clara su postura sobre la importancia de la educación como herramienta de transformación social, por encima de las armas que solo generan muerte y perdición. Villa logró poner en practica estos ideales, en la patria chica en donde podía marcar la diferencia en su hacienda de Canutillo, al menos por un breve tiempo.
Con este escrito no pretendo desmeritar los movimientos sociales y militares durante la primera década del siglo pasado. Intento plasmarle a usted, apreciable lector, que, a pesar de los esfuerzos tan grandes de la sangre derramada, incluso después del México pos revolucionario, muchos de estos reclamos sociales están tan vigentes como en la época del viejo don Porfirio, en nuestro país lamentablemente aún existe pobreza extrema, analfabetismo, violencia, impunidad, carecemos de una verdadera seguridad social y muchas veces de justicia.
Sin duda no todo es negativo, se han dado pasos contundentes por la democracia y el bien común, estoy seguro que Francisco I. Madero sonrió desde el más allá al contemplar la transición del poder de forma democrática y respetuosa. Tenemos mayores oportunidades en muchos sectores, pero aun no es suficiente, aun no salimos de la brecha y en este año eso quedo más que evidenciado, las autoridades no han sabido manejar la crisis sanitaria, el crimen organizado se apodera de nuestras calles, nos faltan muchas y muchos mexicanos a los cuales, como a Madero, les arrebataron la esperanza del país que merecemos y hoy quizá desde una tumba sin marca, desde el abrazo materno de la patria nos exigen que seamos su voz, que luchemos por la democracia, por la libertad.
Es tiempo de una nueva revolución de aquella que logre una verdadera transformación, no por la vía de las armas, sino al revolucionar nuestras conciencias y nuestro actuar como ciudadanos, en el momento que el pueblo ejerza su carácter de ciudadanía, nada ni nadie podrá detener a este país.
¡Justicia para Madero y para todos a los que se les arrebató la esperanza!
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