Por Gustavo González Godina
No sé si será por la edad (del que escribe) o por la pandemia, pero mi cuenta de Facebook ya parece la sección de obituarios de un periódico. No pasa una semana sin que tenga que enterarme y lamentar la muerte de algún familiar, amigo o simplemente conocido.
Voy a mencionar sólo a tres para no hacerles el cuento largo, y porque además y a pesar del título no es ése el tema principal de esta columna, la cabeceamos así porque fueron esas las palabras que empleamos para dar a conocer (en Facebook) el fallecimiento de un familiar esta semana.
Primero se fue un gran amigo al que dejé de ver durante muchos años, muchos. Hace unos 25 se apareció un día en mi oficina del Ocho Columnas, vendía seguros, pero vino a Tepa sólo a saludarme y volvió a desaparecer, primero él y luego yo, porque me volví a ir a Veracruz, esta vez a la capital del Estado, Xalapa, a dirigir el periódico Política.
Una vez que regresé en 2017, me lo volví a encontrar hace tres años y me pidió ser colaborador del Semanario 7 días. Se llamaba Héctor Antonio Fernández Lira y escribía algo que le dio por llamar Reflexiones Amorosas, artículos en los que analizaba pasajes de la Biblia recurriendo a estudios de algunos santos famosos. Murió sorpresivamente hace tres semanas, fue a misa, comulgó, saliendo de ahí se fue a su casa y al llegar le dio un derrame cerebral. Lo internaron en el Centro Médico de Occidente donde dos días después falleció.
Fui a su velorio en Guadalajara, en el que sus excompañeros del Pentathlón Deportivo Militar Universitario le hicieron una guardia de honor y un homenaje, en el que el director de una banda de guerra entonó con su corneta el toque llamado Silencio. Al día siguiente fui a una misa de cuerpo presente que hubo en una capilla de la fraternidad San Pío X, una de las varias organizaciones sacerdotales que forman la iglesia católica tradicionalista, que se distingue por celebrar las misas a la antigua, en latín, con el llamado Rito Tridentido (del Concilio de Trento). Ahí me despedí de mi amigo Héctor Antonio, al que no volveré a ver jamás.
Una semana después me avisó mi amigo Yayo, Notario Público en Acayucan, Veracruz, que había fallecido el periodista Ángel Gabriel Fernández Domínguez. Me avisó porque sabía que yo lo inicié y lo formé en esa profesión u oficio del periodismo, aprendió tan bien que logró hacerse un lugar en ese campo, en el sur de Veracruz. Se le daba la crónica y escribía muy bien, tan bien que fue muy lamentada su muerte allá. Era diabético y su salud se fue deteriorando hasta quedar casi ciego, lo auxiliaba una secretaria para seguir escribiendo a pesar de su discapacidad.
Informé en mi cuenta de FB de su muerte, al tiempo que lamentaba yo lo ocurrido, pues en su familia (su padre, su esposa y sus hermanos) me veían como parte de la misma, y muchos amigos y conocidos expresaron al pie de mi comentario sus condolencias. Me impresionó muy gratamente una semblanza que escribió de Él su auxiliar que le ayudaba con sus escritos, en la que citó, con palabras de mi amigo Ángel Gabriel, cómo fue que se inició en el periodismo.
Poco después, la mañana del martes de esta semana que hoy termina, mi hermana hablaba con mi esposa y le preguntaba cómo estaba Juanita, la esposa de mi cuñado, “pues mal -le decía-, está cada vez peor, está internada (por tercera ocasión) en el Seguro aquí en Tepa, me dicen que su estado es estable, pero está mal. Espera, me habla Dany su hijo, déjame contestarle para ver qué hay de nuevo y luego te vuelvo a marcar”.
Le contestó a Daniel, el más grande de los hijos de Juanita, sólo para que le informara éste a mi esposa que su mamá ya se había muerto. Nos fuimos a la clínica 21 del Seguro Social para acompañar a mi cuñado Víctor y hacerle el paro -o tratar al menos- en su dolor por la muerte de su esposa Juanita. Por la tarde, con el encabezado “Tiempos de morir” publicamos en FB: “Nos dirigimos al velorio de Juanita, esposa de mi cuñado Víctor Ontiveros y hermana de mi compadre Conrado Vázquez. Sufrió de una enfermedad durante seis meses y finalmente esta mañana partió a reunirse con el Creador. Descanse en paz”.
Como a los dos los conoce mucha gente, tanto a Víctor como a Conrado, llovieron condolencias al pie de ese comentario, de personas tanto de Tepatitlán como de Veracruz, de Guadalajara y de Estados Unidos (tengo mucha familia en California y en Illinois), a todas las cuales agradezco mucho sus mensajes de apoyo y solidaridad; mencionarlas a todas alargaría mucho este comentario, sólo me resta desearles que Dios las bendiga a todas en compañía de sus familias.
Pero decíamos al principio que no era éste el tema principal de la columna, hablar de mis muertos fue sólo el pretexto para plantear un debate que se viene dando desde hace meses. En el velorio de Juanita le pregunté a una comadre con la que coincidimos en la sala de velación en Zapotlanejo: “Oiga comadre, ¿y ustedes (ella y mi compadre) ya se vacunaron?” y me contestó: “Mira, desde principios de año el médico que atendió al compadre (de una caída en la que se rompió una pierna) nos dijo: No se vacunen”.
¿Y por qué?, muy sencillo, la explicación que les dio el médico de tal recomendación, fue que una vacuna no se inventa, se desarrolla y se prueba en dos o tres meses, se lleva años desarrollarla y experimentar para comprobar que es efectiva y que no traerá consecuencias su aplicación. Tiene razón, una vacuna se lleva de 10 a 15 años, por lo menos, para estar lista para su inoculación (aún no encuentran la del Sida).
“No es posible -les dijo el médico- que hayan desarrollado y probado una vacuna en cuestión de meses, quieren experimentar con nosotros, no se vacunen”, y no se han vacunado. El hermano de un amigo, conocido de mis compadres y mío, se vacunó y se murió en Sinaloa. Yo no sé si haya tenido que ver una cosa con la otra, pero mi amigo está seguro que se murió por eso, por haberse vacunado.
Hay cientos o miles de estudios acerca de esto: que si la pandemia tuvo su origen en una conspiración de los dueños del mundo para instaurar el Nuevo Orden, que si el virus fue fabricado para disminuir la población mundial, que si un asesor del presidente francés Francois Miterrand lo anunció hace varios años en un libro que escribió, que si la vacuna provoca trombosis (entre otras enfermedades), que si la mayoría de los que han muerto de Covid últimamente ya estaban vacunados, que si… bueno, ya no sabe uno ni qué pensar. Yo creo, en parte, lo del origen del virus, que fue fabricado. Entiendo que no se puede desarrollar una vacuna tan rápido, pero ya me vacuné, si me voy a pelar por eso, pues… de algo me tengo que morir.
Pero aún hay mucha gente que se resiste a la vacunación, con razón o sin ella no se quieren vacunar. Usted ¿qué opina?, ¿de cuáles es?, ¿cree en la conspiración como origen de la pandemia?, ¿comparte la idea de que con la vacuna nos quieren acabar de rematar los Gates, Rockefeller, Rotschild y demás dueños del dinero y del mundo?, ¿ya se vacunó, o no lo ha hecho ni lo piensa hacer?
PD.- Me dice mi amigo el médico Álvaro Durán: “Amigos, por favor usen cubre bocas. Créanlo, sí ayuda y salva vidas. Ayer un amigo iba con su novia, se encontró con su esposa y no lo reconoció. Por tu bien, úsalo”.
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