Tepatitlán en el Tiempo

Simón de la balanza

Por Juan Flores García

Tepa ha tenido siempre hombres ilustres, que en una u otra actividad se desenvolvieron e hicieron famoso su nombre. Señalo en esta ocasión, no al hombre de letras; no, menciono que conocimos y que fue célebre por su manera de vivir, por su forma de convivir con aquella sociedad de su tiempo.

Simón de la Balanza: lo conocimos establecido en la finca que hoy ocupan las oficinas del gas por la calle Morelos e Independencia, hombre que tenía una edad de cuarenta años por 1934, alto regordete, franco como su apellido; su ropa sucia (su persona igual, mal fajado, soliento, soñador) se dedicaba a vender fuera del local que ocupaba, en la banqueta, fruta y todo aquello que era de comer. Tenía de todo como en botica para él todo valía "un cinco", creo que era el mayor valor que tenían esas cosas.

De todo vendía Simón de la Balanza, su mercancía perdía valor por falta de cuidado, por no dar el aseo que todo negocio requiere, sobre todo tratándose de fruta que se descompone con facilidad. Todo aquello era un enjambre de moscas, en fin, no es que sólo quiera honrar a la mugre en este relato, es la descripción del hombre y su negocio. Los que lo conocimos, la mayor parte de aquellos, entonces escuincles, no podíamos darnos baños de pureza. Así Simón era el tal personaje que muy a su gusto se sentía siendo así.

Por ese tiempo y debido a que las escuelas particulares no podían funcionar abiertamente, justo en la casa que menciono, estuvo por algún tiempo la escuela que era manejada por la madres del Colegio Chapultepec, esta escuela impartía clases a niños, yo cursé por ese tiempo, en esa casa, parte del segundo año de primaria. ¡Pobre de Simón! qué friega llevaba con toda la plaga de muchachos, a la salida de clases a las 12 del día y volvíamos a entrar a las 3 de la tarde, para salir a las 5:00 p.m. nos le apilábamos a comprar; le ayudaba a despachar su sobrino Chano, persona de sobrada calma también cuidaba que no robáramos las golosinas, porque se escamoteaba alguien una naranja, otro un pan, uno más un dulce, en fin, así era el negocio de Simón de la Balanza. Su cara bonachona se trastornaba en un rasgo de coraje, ante la maldad de los escuincles, cuando los hurtos le mermaban las utilidades. Sobrada razón tenía en pedir "un cinco", por lo que fuera de mercancía, aún valiendo menos. Lo de la balanza era porque en esa esquina hacía tiempo estuvo una tienda de abarrotes que así se llamaba.

Era de unas hermanas Rivera que antes habían sido dueñas del hotel que estaba en donde hoy es Funerales Cruz.

El hotel Jalisco que así se llamaba estuvo por muchos años según decían desde el tiempo de las Diligencias, su apellido era Franco, así que se era Simón Franco (de la Balanza). Ya entrado en años se casó con una mujer joven, no tuvieron familia, y su viuda aún vive, pobre porque el capital se acabó. Lo que no termina es el recuerdo de un hombre que vivió para servir al prójimo a su única manera que su tiempo le tocó vivir, así fue Simón de la Balanza porque así fue Tepa en el tiempo.

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