Manos maltratadas
Por el padre Miguel Ángel
Cuentan que en una familia había dos hermanos que tenían muchos deseos de ir a la ciudad a estudiar, pero como eran pobres no tenían suficiente dinero para sus estudios.
Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas, para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Un domingo, al salir de la Iglesia lanzaron al aire la moneda.
Roberto ganó y se fue a estudiar a Nuremberg.
Alberto comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.
Los grabados de Roberto, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.
Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Roberto se puso de pie en el lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido que tanto se había sacrificado para hacer de sus estudios una realidad.
Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Alberto, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti".
Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa, hacia el rincón de la mesa que ocupaba Alberto, quien tenía el rostro empapado en lágrimas y movía de lado a lado la cabeza, mientras murmuraba una y otra vez: -"No... no... no...".
Finalmente, Alberto se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel, le dijo suavemente:
-"No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente, la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis..., mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino, y no podría manejar la pluma ni el pincel. No hermano..., para mí ya es tarde".
Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día, los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Roberto Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo.
Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, sólo recuerde uno. Lo que es más, seguramente hasta tenga uno en su oficina o en su casa.
Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Alberto, Roberto Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas, y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte, y se le cambió el nombre a la obra por el de:
"Manos que oran".
Qué importante es sabernos sacrificar para que otros triunfen en la vida.
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