Padre Miguel Angel

Escuchemos a los ancianos

Pbro. Miguel Angel Pérez Magaña

Cuando derrame comida sobre mi camisa, y tal vez olvide cómo atarme mis zapatos, por favor sé paciente y recuerda las horas que pasé cuando eras niño enseñándote a hacer esos mismos trabajos. Te enseñé tantas cosas, a amarrarte las cintas, a vestirte por ti mismo, y también a peinarte y comer con cuidado.
Si cuando conversas conmigo repito las mismas palabras que sabes de sobra cómo terminan, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño, para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas tus ojitos.
Pasé horas preciosas enseñándote mucho, y por eso te pido que si algún día llego a olvidar de qué estamos hablando te armes de paciencia y me des todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde; y si no puedo hacerlo, por favor no te burles de mí. Tal vez no era importante lo que decía y me conformé con que me escucharas en ese momento.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y compréndeme, que no tengo la culpa de ello pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuántas veces cuando niño te ayudé y estuve paciente a tu lado, esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme, no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo. Acéptame y perdóname, ya que soy el niño ahora.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseñó tantas cosas.
Comer, vestirte, tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo, no cuánto debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder, ni gusto para sentir.
Cuando fallen mis piernas por estar muy cansadas de andar por esta vida, dame tu mano tierna para apoyarme, como lo hice yo cuando empezaste a caminar con tus piernas de niño guiando tu camino. Te ruego que tú me guíes con amor y paciencia hasta el final del mío.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y sólo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender que ya no vivo, sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame, como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
Ten fe en el infinito amor de Dios y vive amando.

Publicar un comentario

0 Comentarios