El pie grande en Mexticacán

Leyendas de Los Altos

+ Ahí está todavía la huella de San Cristóbal

Lino Yáñez Gómez

En el año de gracia de 1563, de la población llamada Nochtitlán, siendo el mes tercero y Domingo de Ramos, después de celebrar la santa misa ya estaban hechos los preparativos para despedir a cuatro familias de origen peninsular que tenían que partir hacia un lugar llamado Mesquiquicán, que dista a tres leguas y media rumbo al sureste, donde hay un valle fértil con agua suficiente por toda la ribera del Río Grande.

A dos de las cuatro familias ahí les esperaba la merced hecha por Don Juan de Zubía a don Zenobio Gómez del Olivar y a don Nicolás Lomelín de Toledo. Más o menos a tiro de arcabuz, lado oriente de Mesquiquicán, tomó posesión don Zenobio de una caballería de tierra, una fracción pequeña de riego y la mayor de temporal.

Siguiendo el mismo rumbo y camino, en seguida se estableció don Nicolás. Otra de las pioneras familias llegó a trabajar una pequeña labor de riego al margen del río de Acasico, muy cerca de Nangué de Viñas. La última a mayor distancia inició su hacienda de ganado lanar en el Rincón de Santa María.

Pasado algún tiempo, la fortuna ayudó en grande a don Zenobio y a don Nicolás, sus tierras producían en abundancia, los rebaños de ganado vacuno y caprino se reproducían como benditos y sus familias pródigas y de buen parecer trabajaban de sol a sol para ayudar a sus padres que anhelaban una riqueza sin límite.

Lo único que empañaba la vida de ambos era que siendo vecinos y de la misma nacionalidad, tenían puntos de vista diferentes en el modo de creer, en cuestión de fe. Don Zenobio era devoto de Santo Santiago y don Nicolás se encomendaba a San Cristóbal protector de los viajeros; aseguraba haber recibido favores "en su nombre" con tan solo decir: "Señor, heme aquí". Como quiera que sea, eso de fe es tan subjetivo que no es fácil comprender a los demás. Y don Zenobio cada vez que era oportuno le recordaba a su vecino "que para recibir favores del Todopoderoso no había mejor abogado que Santo Santiago.

Presto contestaba don Nicolás: "Coño, yo no dudo del poder que tiene Santiago, lo que me disgusta de él es que haya ayudado a los soldados de la caballería hispana a matar indios". La réplica no se hacía esperar con mucho fervor religioso.

Decía don Zenobio: "Eso también es un milagro". "Sí pero no dejó ni uno vivo y tanto vos como yo carecemos de esclavos y tenemos qué hacer trabajar a nuestros hijos e hijas como si ellos lo fueran".

Al parecer Zenobio y Nicolás eran víctimas de un malentendido y la rebeldía los llevó cada día al enfrentamiento ideológico-religioso, haciendo su presencia la mala voluntad entre ellos y sus familias.

Con su actitud generaban rumores de herejes e infieles, debido a que los padres misioneros franciscanos habían declarado santo patrón a San Nicolás Tolentino y con ello quedaba a su santa protección la catequesis en toda la comarca de Mesquiquicán.

Luego con sus diferencias ocultas, por respeto a la madre Iglesia tenían que asistir a misa juntos y también a todos los demás servicios religiosos.

Así el odio crecía e iba invadiendo sus corazones a tan alto grado que en varias ocasiones estuvieron a punto de reñir a brazo armado. Al parecer no había fuerza sobre la tierra que pudiera conciliar a tan convencidos caballeros de sus ideales cristianos, y lo que vino a endurecer más las tensas relaciones de dichos vecinos fue que uno de los hijos de don Nicolás, primogénito y de buen parecer, inició la conquista amorosa de la doncella más hermosa y recatada de toda la región.

Llamábase Virginia y no sólo era bella, también correspondía a las pretensiones amorosas de Aníbal. Siendo ella hija de don Zenobio y Aníbal el primogénito de don Nicolás, fue más que suficiente para que se iniciara un romance lleno de sobresaltos y entrevistas prohibidas. Decían los creyentes que el demonio del orgullo metió la cola, los hizo repudiarse mutuamente, llenando sus almas de rencor a ellos y a sus familias.

Virginia y Aníbal decidieron bajo juramento fiel seguirse amando pasara lo que pasara. Después de sufrir todo tipo de regaños y menosprecios, los firmes enamorados lograron que sus padres aceptaran platicar con el fin de llegar a un acuerdo en sus diferentes formas de pensar.

No muy convencidos, los dos jefes de familia acordaron reunirse en los linderos de sus haciendas respectivas, y como testigos llevarían al hijo primogénito ambas partes. Bajo la sombra de un mezquite que estaba al margen del lado norte del Arroyo del Muerto discutieron por varias horas sin llegar a la solución de sus disputas.

Al calor de los insultos vino el desafío y decidieron declararse la guerra a muerte entre ellos y los suyos. Finalmente, dijo don Nicolás: "Desde hoy seréis mi peor enemigo, pero vuestra hija, la recatada doncella Virginia, será la fiel esposa de mi hijo Aníbal, si Dios es servido. Ellos se aman y sé muy bien que terminarán uniéndose en matrimonio a pesar de nuestra voluntad y disgusto".

"Por encima de todo está el honor", contestó don Zenobio, "y os repito con recontra que esto se acabó y decid a vuestro mozalbete que a mi hija le espera primero la parca que el tálamo".

Al escuchar Aníbal palabras tan llenas de odio, suplicó a su padre regresar a casa. De inmediato aprestó la mejor cabalgadura, ciñó espada y empuñó arcabuz, y luego con devoción inclinó la frente, dobló su rodilla con humildad pidiendo la bendición a su madre y le dijo: "Voy a cumplir como caballero a salvar la mujer que amo y si en ello va la vida ¡sea!".

Al escuchar todo esto don Nicolás ordenó a todos sus hijos varones tomar las armas y a caballo le siguieran para ir a defender con honor el prestigio de la familia.

Al llegar a la hacienda de los Gómez del Olivar, los Lomelín de Toledo fueron advertidos por una voz firme que les dijo: "No os acerqueis más o moriréis"… De pronto sale Virginia al encuentro de Aníbal, diciendo: "No os acerquéis, ¡hay peligro!". Ahí mismo cae al suelo mortalmente herida y Aníbal va en su ayuda, cayendo junto a ella en agonía de muerte, por lo que se inicia descomunal pleito que termina al llegar la noche, quedando unidos así para siempre Aníbal y Virginia. Y un hombre inconsciente cabalgando a voluntad de su caballo se alejaba silencioso al amparo de la noche.

Ya al filo de la alborada, al recobrar el conocimiento en la madrugada del día siguiente, se encontraba aún a lomo de su caballo y a media legua del lugar de la tragedia. Así don Nicolás confirmó lo valioso de su devoción y aseguraba que al recibir un fuerte golpe en la cabeza sintió que caía en un abismo sin fondo y de entre las nubes salió un hombre grande y fuerte que le dijo con suavidad: "No temas, estoy contigo".

Erguido de pie, apoyándose al borde del arroyo, al lado poniente sobre una gran roca y el otro al lado oriente sobre arena fangosa, quedó en medio de la corriente de agua de lluvia en lo que hoy se conoce como Arroyo de Pie de Gigante. Ahí se encuentra una huella grande y deformada de un pie. Es la prueba de que San Cristóbal salvó la vida a don Nicolás Lomelín de Toledo.

La aparente huella se encuentra al poniente de Mexticacán, Jalisco, por el antiguo camino que va a Tepetiltic y al Llano Grande del mismo municipio.

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1 Comentarios

  1. me podrian desir ¿quien les conto esta historia esta muy chida

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