También a él lo ahorcaron

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com


Hace pocos días me tocó conocer el pueblo de Ejutla, lugar donde fue martirizado el padre Rodrigo Alemán Aguilar, que estando en Unión de Tula, tuvo que salir huyendo, pues lo perseguían por ser sacerdote; era el año 1927.

Se fue a un rancho inmediato, en donde pasó la noche bajo techo; pero el mismo que le dio asilo lo denunció, por lo que se fue a Ejutla, llegando a dicha población el 16 de enero. En este lugar estuvo en el Colegio de San Ignacio en calidad de refugiado y con valor cristiano administraba los sacramentos en los corredores del colegio, celebraba la Misa siempre que podía y rezaba, como siempre lo hizo, su oficio y el rosario.

Recibía a sus feligreses de Unión de Tula atendiéndolos en sus necesidades espirituales y estaba al cuidado de que no les faltara el Sagrado Depósito, enviando a una religiosa a renovarlo cada ocho o quince días. Dirigió ejercicios a las religiosas adoratrices y también los practicó.

El 27 de octubre de 1927, una columna de federales callistas, en número de seiscientos, a cargo del general brigadier Juan B. Izaguirre, ocupó el poblado de Ejutla, como a las once de la mañana. Los habitantes del poblado, dejando casas y posesiones, huyeron en gran parte a las montañas para refugiarse en barrancas y cuevas. Venían también las fuerzas agraristas entre las que militaba Donato Aréchiga. Lograron aprehender a muchos de los que huían y un grupo de soldados avanzó directamente al convento de las adoratrices, cuya superiora estaba gravemente enferma. El señor cura Rodrigo estaba en el convento, ya que el entonces seminarista José Garibay presentaba examen de latín y él era uno de los sinodales. El señor cura Rodrigo entró a su cuarto para sacar unos documentos y se entretuvo. El seminarista Garibay se quedó a esperarlo, y en vista de que los soldados comenzaban a tirotear a los que huían, le pidió que se apresurase. Rodrigo Ramos quiso ayudarlo tomándolo por un brazo, puesto que se encontraba enfer
mo de los pies, lo hizo llegar al potrero, pero los soldados los cercaron y él le dijo a su ayudante: “Se me llegó mi hora, usted váyase”.

Los soldados, con lenguaje grosero, preguntaron al párroco quién era, a lo que contestó: “Soy sacerdote”. Lo injuriaron y lo aprehendieron, juntamente con el seminarista Garibay y algunas religiosas que también huían.

El padre Aguilar iba a ser conducido a distinto lugar que los demás prisioneros, por lo que con toda calma se despidió de las religiosas diciéndoles: “Nos veremos en el cielo”.

Poco después de la una de la madrugada del 28 de octubre de 1927 fue llevado a la plaza central de Ejutla para ser ahorcado. El heroico sacerdote continuaba tranquilo y casi toda la tarde y las horas de la noche que habían transcurrido las había pesado en oración. Los soldados hicieron alto al pie de un grueso y alto árbol de mango. Amarraron una soga sobre una de las ramas más gruesas e hicieron una lanzada. El padre Rodrigo tomó en su mano la soga con que lo iban a colgar, la bendijo y perdonó a todos y regaló su rosario a uno de los que lo iban a ejecutar. Los soldados le pusieron la soga al cuello y uno de ellos, para poner a prueba su fortaleza, le dijo alternamente: “¿Quién vive?”. (Le había dicho que no lo colgaría si gritaba: “¡Viva el Supremo Gobierno!”).

“¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”, contestó con voz firme. La soga fue tirada y quedó suspendido en el aire; se le bajó y de nuevo se le volvió a preguntar: “¿Quién vive?”, “¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”, respondió por segunda vez sin titubear; se le subió y bajó de nuevo.

“¿Quién vive?” se le espetó de nuevo, con soez de provocación.

“¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”, dijo arrastrando la lengua, agonizante.

Fue suspendido nuevamente, y su alma voló al cielo.

EL cuerpo amaneció colgado del árbol en la plaza central. Se le había ajusticiado sin hacerle ningún proceso. Como permaneció suspendido hasta el medio día mucha gente pudo verlo. Estaba en camiseta, pantalones y calcetines, pero sin zapatos y con un sombrero de paja puesto de lado. El nudo de la soga lo tenía en la nuca y el cuerpo casi tocaba el suelo con los pies.

Cerca de las cinco de la tarde fueron a descolgar el cuerpo.

Lo llevaron inmediatamente al panteón municipal y lo enterraron superficialmente y sin caja, solamente pusieron encima del cuerpo la tabla en la que habían cargado el cuerpo y sobre la tumba colocaron algunas piedras.

El pueblo había quedado casi vacío, ya que Izaguirre había amenazado con incendiar el poblado por ser refugio de cristeros. Los soldados se dedicaron al saqueo; del convento se llevaron los ornamentos, la custodia y los vasos sagrados. Cerca del cadáver, en la plaza, quemaron imágenes sagradas y bancas que habían llevado del convento.

Fue declarado Santo y hoy lo conocemos como San Rodrigo, mártir.

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2 Comentarios

  1. YO CREO QUE DEVERIAN AHOARCAR A TODOS LOS RADICALES
    ENTRE ELLOS A TODO EL CLERO
    YA QUE TIENE UN HABILIDAD TREMENDA PARA CAMBIAR LAS COSAS A SU FAVOR
    ES COMO LA VERGÜENZA DE LA "REVOLUCION CRISTERA" QUE NO ERAN MAS QUE UNO BANDIDOS Y ASESINOS SI, NO ME CREN LEAN LA HISTORIANO LO QUE CUENTA PACO GALLEGOS

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  2. Padre Miguel Ángel quiero felicitarlo x su Excelente articulo sobre la vida de San Rodrigo Aguilar. Hay que promover la FÉ y VALORES y dar a conocer la historia de vida de personas que han sido congruentes en lo que dicen y hacen, y así nos puedan servir de guía para ser MEJORES SERES HUMANOS. SUSY.

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