Cosas de niños

Por Juan Flores García

Hay tantas borrascas de años perdidos, que deberé de recurrir a la maquina del tiempo para regresar entre el ayer y el hoy; aquella etapa de la vida tan próxima y distante en nuestro bello Tepatitlán, con su abrigo de árboles en donde los pájaros hacían procesión por la tarde al llamado de la puesta del sol. El tiempo y la imaginación convierten las heroicas jornadas infantiles, convierten en fabula mágica, irrecuperables. Las calles no estaban ridículamente vestidas con ropajes de asfalto.

De la calle 20 de noviembre al oriente, desde el barrio alto, las calles apenas conocían la piedra de castilla y lo más notorio, no existía la maldición del esmog, ni siquiera lo imaginábamos los tranquilos y apaciguados provincianos de la Perla de Los Altos. Entre las amistades, que tuve por aquel tiempo, estaban unas familias que a mis padres les parecían bien, porque era gente que tenía “buenos principios” y además “porque eran católicos”, lo que hacía de sus miembros dueños de buenas costumbres, valor requerido para permitirnos la amistad con ellos.

Estas cualidades garantizaban en gran parte el buen comportamiento, y esto hacía una buena amistad compartida con respeto en nuestras diversiones. La mas común era la afición al cine, que de cuando en cuando, y a veces muy seguido, íbamos a la casa de alguno de nuestros amigos, para invitarlo, con el respectivo permiso familiar para ir al antiguo cine Samartín. Era una época durante la cual nos dábamos gusto con aquellas películas de vaqueros con Roy Rogers, Gene Autry, Durango Kid, Red Ryder, los misterios de Chandú, El rey de los hombres cohetes, y el famoso Hopalong Cassidy. Estos nombres de actores son de los pocos que pudimos medio pronunciar para mencionarlos, pues mal entendíamos por aquello de los letreros en español.
Todo esto era aventura cultural de muchachos que con admiración eran nuestros ídolos de la pantalla. Series memorables que pasaban en episodios, con duración de media hora, y cuando las pasaban completas, duraban casi tres horas, sin contar los avances de las que estaban por venir. Así no faltaba el amigo con el que en el intermedio entablábamos cuestiones comentando fílmicamente lo que vimos. El Miguelón era un tipo que en labios de él semejaban una prédica evangélica.

Acompañaba sus relatos de fantástica aventura y platicaba de bulto y era mentiroso y echaba mentiras al por mayor de todos colores y tamaños. Acompañaba sus relatos con mucha fantasía de aventuras hasta la exageración.

Niños, jóvenes y adultos, vivían en casas inmediatas formando familia, eran visitadas para invitar a los varones para servir a Dios en el seminario, logrando buenos resultados en convencer por la gracia de Dios, a algunos contemporáneos que son sacerdotes, que de momento no recordamos sus nombres.

Por lo menos nuestro tiempo, en lo que cabe, no fue desperdiciado y algo se logró de aquella muchachada, sin ignorar que actualmente, se sigue logrando la ordenación de sacerdotes en nuestra creciente población en la que hay todavía gente de buenos principios.

Muy importante resulta actualmente, mencionar los acontecimientos del siglo pasado porque ya es historia, fuimos parte de esas vivencias, nos impulsó el deseo de involuntario saber. Nuestro tiempo era sobrado, no había límite, no perdíamos el tiempo porque nos tenían ocupados. Todo quehacer era combinado con el juego que permitía el tiempo que requería el desempeño del quehacer ordenado, fuera con gusto, solo o acompañado. Un hermano menor que yo cuatro años, por todo refunfuñaba; quería hacer las cosas a su modo y se buscaba problemas, en cambio, otro, seis años menor, sabía inventar, era capaz de embobar a niños y adultos, y en esto nos llevó ventaja, no gastaba su tiempo en mal hechuras. Esto lo distinguió de los grupos de amistad en las diferentes épocas de nuestra vida, y con esto decimos que, así fue Tepa en el Tiempo.

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