Homilía en el 80 aniversario de los acuerdos...

Homilía en el 80 aniversario de los acuerdos
de pacificación entre gobierno e iglesia

Por Oscar Maldonado Villalpando

29 de julio de 2009. San Diego de Alejandría, Jal.
Introducción Hermanos:

Por los años 60´ transcurrió mi niñez en este mi pueblo de origen. Convivía con los sacerdotes que entonces conducían esta comunidad, el Sr. Cura Saturnino Covarrubias, el Padre José Muro: Dentro mis más antiguos recuerdos aparece la figura del Padre Tules, como se le conocía). Recuerdo a las personas mayores don Domingo Cerrillo, don Justo Guerreo, y otros más, pero no tenía conciencia de lo que se había vivido 30 años atrás.

Así entré al seminario y dos años después, celebramos el centenario de la erección de la Parroquia, con grande gozo y con la presencia de obispos, sacerdotes y personajes importantes.

Ya de sacerdote mi primer destino fue la Parroquia de Nochistlán, la primera Guadalajara. Luego de mi prolongado paso por la universidad, estoy en el centro de la ciudad de Guadalajara, en la Parroquia del Dulce Nombre de Jesús, santuario de los beatos mártires Anacleto González, los hermanos Jorge y Ramón Vargas y los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, de quienes allí se conservan las reliquias.

Alguien me preguntó ¿Usted ha estado en tierra de mártires, verdad?

Con mi respuesta positiva, comencé a tomar conciencia de que mi actual comunidad, como la primera de mi ministerio cuyo párroco fue San Román Adame, ahora santo, pero todavía más, tomé conciencia del lugar que tiene mi parroquia de origen: ¡todas son tierra de mártires!

Nuestra fe fue regada por la sangre de nuestros hermanos mayores, que defendieron los derechos de Cristo Rey, Santa María de Guadalupe y la Iglesia, en aquellos penosos tiempos y lo hicieron con su propia vida.

Hermanos: Este proceso de toma de conciencia de nuestro pasado, de lo que vale el sacrificio ofrendado por los cristianos de aquellos tiempos, ¿no es acaso el proceso que estamos muchos de nosotros realizando en este tiempo, con este amplio programa de celebraciones como las que está viviendo esta comunidad de San Diego de Alejandría.

Sí, estamos conociendo, aprendiendo, apreciando, queriendo una historia callada mucho tiempo por la historia oficial o quizás silenciada voluntariamente para no abrir nuevamente las heridas y mitigar los tristes recuerdos.

Esta celebración eucarística, hermanos cristianos, herederos de la fe de aquellos valerosos discípulos y soldados de Cristo, es una toma de conciencia, una acción de gracias y un compromiso de fidelidad que prolonga, desde entonces hasta ahora y para el futuro, una fe probada y los frutos maduros de vida cristiana que van a vencer el olvido y también van a valorar el dolor del pueblo de Dios sometido a indecibles sacrificios.

1.- Toma de conciencia a los 80 años de la pacificación En México hubo una guerra religiosa que duró casi tres años y de la que se ha hablado hoy por la mañana. Fue la conclusión de un proceso de incomprensión entre la los líderes civiles y religiosos de los años posteriores a la revolución mexicana, pero que tenían sus raíces en el nacimiento de México como nación, en el siglo XIX.

Se trató de una guerra fratricida en la que se quiso acabar o al menos sojuzgar a la Iglesia Católica, impidiendo su misión como continuadora de la obra salvadora de Cristo, para el bien de sus discípulos.

Cuánta sangre corrió por el centro del país y por estas tierras alteñas. Los testimonios de los testigos publicados en diversos libros dan cuenta de ello. Cuando se cerraron los templos aquél 31 de julio de 1926, cuando se comenzaron a organizar los fieles laicos para convertirse en los soldados de Cristo y fueron habilitándose en el arte de las armas y de la guerra.

Las familias sufrieron lo indecible por la violencia, por los ataques de unos y de otros grupos, pero sobre todo por las concentraciones, esto es, la movilización de las familias a San Francisco y León Guanajuato, donde, pasado el conflicto muchos se quedaron porque ya no tenían nada que los motivara a volver.

Hermanos: el Sr. Obispo Francisco Orozco y Jiménez había dicho a los sacerdotes que no tomaran las armas, que podían salir al extranjero quienes así lo decidieran, pero que también podían quedarse escondidos para seguir atendiendo el rebaño que ahora estaba amenazado.

Los obispos de Morelia y de Tabasco, coordinaron los esfuerzos de diálogo, de la búsqueda de la pacificación, estuvieron en contacto con el Santo Padre Pío XI. Les dolía tanto dolor, tantas incertidumbre, tantas muertes pero sobre todo les dolía el que al paso de los años el pueblo estuviera hambriento de Dios, deseoso de acercarse a comulgar, de casarse por la Iglesia, de acudir a los templos a visitar a Jesús y encomendarle su vida, sus familia, su futuro.

Cristo estaba ausente en muchos niños que no hacían su primera comunión, en muchos adoradores que no cantaban al Señor en medio de la noche, de muchas familias que no podían bautizar a sus niños. ¿Pueden imaginar la vida de los pueblos con los templos cerrados o convertidos en caballerizas, las imágenes y los vasos sagrados escondidos, ultrajados o robados?

Los obispos de México sufrían con su pueblo, lloraban con su pueblo, atendían a sus ovejas, como lo hacía Mons. Orozco en el norte de la diócesis y del que tenemos un diario que nos narra su ministerio a salto de mata entre las poblaciones y rancherías que se sentían honradas por su venerada y majestuosa presencia.

Desde 1928 se tenían encuentros con las autoridades, pero las circunstancias impidieron acordar el camino de la paz. Será hasta el 21 de junio de 1929, cuando luego de varios encuentros con el nuevo Presidente de la República, el Arzobispo y delegado del Papa, Mons. Leopoldo Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz, obispo de Tabasco, acordaron, con estos textos el inicio de la paz. Tales textos, a pesar de su ambigüedad, daban la posibilidad de detener el sufrimiento y la muerte de muchos mexicanos. En total, había estado cerrado este templo parroquial tres años y quince días.

Don Domingo Cerrillo nos narra en sus libros, la alegría con que ser recibió la noticia. Entre otras manifestaciones, se repicó las campanas durante 7 horas y se hizo una procesión con el Santísimo del Santuario de Guadalupe al templo parroquial, pasando Cristo Eucaristía en medio de dos filas que cubrieron todo el trayecto.

¿Podemos, hermanos, en esta celebración de aniversario juzgar equilibrada y rectamente aquellos acontecimientos ocurridos hace 80 años? Corresponde a una celebración eucarística valorar si fueron los adecuados, si fueron los justos, si fueron los que anhelaban los soldados de Cristo? ¿Acaso todos los obispos y los sacerdotes aprobaron estas iniciativas pacificadoras?

Me parece que es tarea de los investigadores ponderar con la objetividad posible el significado de estos acuerdos. ¿Quién es el vencedor y quién es el vencido, quién pone condiciones y exige determinados comportamientos?

Me parece que se hizo lo que era posible, no lo que era deseable. Por ello quedarán valorados de diversa manera de acuerdo a la óptica que se elija, a la sensibilidad que se tenga, al grupo en que se ubique.

Pero nosotros no queremos hacer la valoración de los acuerdos que nos llevarían a alabar a unos y condenar a otros. A nosotros nos ha reunido la fe para mirar este acontecimiento como parte de la historia de la salvación por la que Dios escribe derecho en los renglones torcidos del mundo.

Hoy dejamos entre paréntesis la acusación y la condena, la desaprobación y la amargura. Hoy estamos agradeciendo al Señor porque vino la paz, porque se reanudaron los cultos, porque la Iglesia pudo continuar la acción pastoral de Cristo, porque la vida cristiana tomó su cauce, porque la evangelización volvió a formar el alma cristiana de los mexicanos, porque María de Guadalupe volvió a ser nuestra amorosa madre a la que acudimos con confianza, porque contamos con el auxilio de los sacramentos y la guía de nuestros pastores.

Todo esto resulta muy valioso e iluminador. Si es posible luego, continuaremos con este mensaje del Señor Cura Maurilio Martínez Tamayo.



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