Sumario


De la Sabiduría

La mañana del miércoles salí temprano a caminar. Tan temprano que al terminar, una hora después, todavía era temprano... Regresaba yo a la casa cuando al pasar frente a una capilla escuché las campanadas que llamaban a misa, lo cual fue para mí como una mentada de madre, porque las mentadas de madre son como las llamadas a misa, el que quiere va y el que no pues no.

Recordé entonces que ese día era 11 de noviembre y que en la pequeña ciudad de Acayucan -donde viví diez años- habría fiesta religiosa porque celebran a San Martín Obispo, un santo tan extraño para mí que nunca supe quién fue ni de dónde era ni mucho menos qué hizo para ser santo, razones más que suficientes para que no fuera santo de mi devoción, así que no recuerdo haber ido nunca a festejar al santo patrono, si acaso alguna vez y con fines periodísticos.

Mas por extraño que me parezca ahora, ese recuerdo fue el que me impulsó el miércoles a entrar a misa en la capilla. El problema fue que, tras de ponerle atención a las campanadas me di cuenta de que era apenas la primera llamada, si es usted católico sabrá que son tres, una cada quince minutos, así que faltaba todavía media hora para que empezara la ceremonia religiosa. Qué hago, qué hago… Era muy temprano aún para ir a buscar noticias acerca de si había comenzado en serio la revolución electricista de noviembre, que con suerte y sería el inicio de la de cada cien años en México.

Pues nada... estaba tan cansado de la caminata que decidí simplemente esperar en el coche. Me quité los tenis, recliné un poco el respaldo y a los cinco minutos ya estaba bien jetón. ¡Qué felicidad!, con una paz y una tranquilidad de las que no puede disfrutar alguien que tenga cuentas pendientes con la justicia, o peor aún con los mafiosos, con otros mafiosos. Dormí como un bendito sin la preocupación de que me fueran a dar un levantón o me fueran a ejecutar, quién se podría ocupar de un pobre anacoreta que ronca junto a la banqueta...

Ni escuché siquiera la segunda mentada de madre de la campana, y eso que la tenía, qué será… a unos veinte metros de distancia. Cuando desperté faltaban tres minutos para la tercera y para que diera comienzo la misa, me puse los tenis a toda prisa, bajé del auto y subí la escalinata que hay hasta la entrada del templo.

Cuando llegué a la puerta sonaban ya las campanadas finales y el cura esperaba ahí a que su ayudante acabara de leer una larga lista de personas por las que pedirían en esa misa, la mayoría vivos y unos cuantos ya difuntos, mencionaron incluso a Marcial Maciel, “a ese cabrón sí que le hace falta” -pensé mientras saludaba yo al anciano sacerdote que se movió un poco hacia un lado para que pasara este feligrés.

Comenzó la misa con lo de rutina, ya sabe usted, que hemos pecado, que pedimos perdón, que le rogamos a la Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos… que nos echen una mano allá arriba ante el patrón. Aunque a mí, la verdad, a diferencia de mi amigo Alfredo Gándara, los ángeles y los santos como que no me acaban de convencer. Pero bueno, no está de más, porque además si no reza uno luego se le quedan viendo como animal raro las 28 mujeres y los otros tres hombres que hay en el templo.

Y así hasta llegar a la parte que me gusta de las misas, las lecturas: de algún fragmento de un libro del antiguo testamento (al que no le creo ni madres), de la carta de algún apóstol, casi siempre de San Pablo al que por lo que se ve le gustaba mucho escribir, y finalmente de un pasaje del Evangelio, el que corresponda a cada día.

En el de ese día hablaron de unos leprosos ingratos, nueve de un grupo de diez, que habiendo sido curados por Jesús ya no les vio Éste ni el polvo, sólo uno de ellos, que no era judío sino samaritano, extranjero pues, regresó a darle las gracias. Ingratitud de los otros nueve que no le hizo ninguna gracia al Redentor.

Poca atención le puse a esa lectura que se supone que es la mera principal, porque la primera me dejó pensando en Manlio Fabio Beltrones, en Francisco Rojas, Santiago Creel, Joaquín Gamboa, Dante Delgado, en José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, su hermano Raúl, en Vicente Fox y Martha Sahagún, en la maestra Elba Esther, en los Miyulis y en todos aquellos que le han partido la madre a este país hasta que se han cansado. No, ni eso, ojalá y ya se hubieran cansado…

Se leyó una parte del capítulo 6 del Libro de la Sabiduría, el que se titula “Exhortación a buscar la Sabiduría” y que dice:

“¡Escuchen, reyes, y comprendan! ¡Aprendan, jueces de los confines de la tierra! ¡Presten atención los que dominan multitudes y están orgullosos de esa muchedumbre de naciones! Porque el Señor les ha dado el dominio, y el poder lo han recibo del Altísimo: Él examinará las obras de ustedes y juzgará sus designios.
Ya que ustedes, siendo ministros de su reino, no han gobernado con rectitud, ni han respetado la ley, ni han obrado según la voluntad de Dios, Él caerá sobre ustedes en forma terrible y repentina, ya que un juicio inexorable espera a los que están arriba. Al pequeño, por piedad, se le perdona, pero los poderosos serán examinados con rigor. Porque el Señor de todos no retrocede ante nadie, ni lo intimida la grandeza: Él hizo al pequeño y al grande y cuida de todos por igual, pero los poderosos serán severamente examinados”.

Pues ojalá y los atoren en el más allá -pensaba yo-, porque en el más acá ya nos agarraron de su puerquito, ya nos saquearon y nos volvieron a saquear, hasta nos hacen la seña, como Roque Villanueva, de que ya nos la dejaron ir y se ríen, se burlan del resto de los mexicanos que somos la gran mayoría y los únicos paganos, porque ellos, los reyes, los jueces, los que tienen el poder y el dominio, esos viven a toda madre, con cada crisis -que a los demás nos ponen a parir cuates- ellos se enriquecen aún más.

Como no creen en nada y su único Dios es el dinero, pues nos abrochan sin misericordia. Por eso creo que sí sirve de algo la religión, que contiene, que modera, que hace al hombre más humano. Se nota en las excepciones que hay entre los hombres que gobiernan, cuando un gobernante es creyente, religioso y no oculta aquello en lo que cree, y ora y va al templo cuando puede, pero sobre todo si es congruente, nos va menos mal a los gobernados. Ojalá que la señora Cecilia González sea de estos.

Y no, no empezó aún la revolución del nuevo siglo...

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1 Comentarios

  1. te dire, Cecilia pues si es rezandera, pero de eso a que no le guste el dinerito es otro cantar. y de que ella sea posiblemente muy católica, esta bien, pero su equipo, valgame la virgen pura, se esta rodeando de fichitas que la van a poner a entrar de rodillas todos los dias al templo y hacer mandas pa que le salga bien su gobierno.

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