Silenciados




Y apareció la viga ajena en el ojo de la paja…

 Ahora que el tema de los empleos burocráticos está de moda, vale la pena hacer una reflexión sobre el papel de los colaboradores del gobierno, en cualquiera de sus estratos.
 En Guadalajara, los empleados del Congreso tienen lonas y manifestación porque no les pagan. Otros porque no les quieren refrendar su contrato, otros porque no quieren que los corran.
 En Tepatitlán, exempleados demandaron al gobierno porque les dijeron que ya no eran útiles (¿algún día lo fueron?); a otros les dieron las gracias, a otros ni eso, nomás los corrieron.
 El tema podría no ser importante, de no ser porque, entre otras cosas, el dinero de las liquidaciones, de los juicios y de las reinstalaciones lo pone el pueblo y no los funcionarios que se sienten, cada tres años, hijos de Abraham o hechos con las manos del propio Jesucristo.
 En el Congreso del Estado los trabajadores están hartos de que no les paguen, porque son muchos inútiles y gorrones que sólo van y cobran. Ellos mismos saben quiénes son, qué hacían y quién les permitía cobrar, pero no dijeron nada. Con su silencio fueron cómplices de la bancarrota de su fuente de trabajo. Ahora que a ellos les tocó pagar con su insolvencia las flojeras de otros, entonces sí, montan casas de campaña, llaman a los medios y señalan con índices de fuego.
 Mañana que les paguen, volverán a guardar silencio, a guardar sus mantas, sus exigencias. Mañana que lleguen a arreglos en lo oscurito ya no le hablarán a la prensa, ya no será necesario, ya se habrán arreglado.
 Lo mismo pasa en Tepa.
 Ahora muchos se quejan de los corridos, de los despidos, pero nadie hizo nada cuando hubo exceso en la nómina. Se prefiere el silencio cómplice, aunque se tenga conciencia del daño que hacen los aviadores y los “nepotes”.
 Y el tema no fue exclusivo de la administración priísta. Este tema ya lo había vivido el Oficial Mayor hace seis años. A él le tocó correr a “los yunques”; pero luego metió a la nómina a quien le convino, o a quien le obligaron a meter.
 Luego, como regidor de oposición se quejó del nepotismo, de la contratación de “mucha gente”, de los “despidos injustificados”.
 Ahora la historia se repite, pero con diferente saña. Además de no ser del mismo partido, algunos pagan la osadía de haber votado contra la planilla panista ¡hace cuatro años!
  Pero al margen de filias y fobias, el tema de los trabajadores de gobierno está ahora en boga. No por sus resultados, no por sus logros, no por su aporte a la productividad, por su dedicación, sino por las manifestaciones, públicas o privadas, de que no alcanza el dinero para sus quincenas.
 Nadie se quejó en tiempos de abundancia.
 Nadie denunció despilfarros cuando le tocó rebanada de pastel.
Nadie de los empleados sacó la espada para reclamar que engrosaron la ya de por si gorda, fea e inoperante burocracia.
 Por lo menos ahora, en tiempos de la “democracia” cada quien puede hablar de cómo le fue en la fiesta, aunque muchos quieran verse ahora como víctimas, han sido cómplices de la flaca economía en la que tienen a la administración pública.
 Durante mucho tiempo hubo empleados que no hicieron nada por denunciar los abusos en su fuente de trabajo.
 Estuvieron silenciados con la nómina. Ahora que falta dinero para pagarles, sí están dispuestos a hablar, ¿no irán tarde al reclamo?

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