Era día de fiesta, y de
descanso obligatorio además. Era el pasado 19 de noviembre (antes el día
feriado era el 20, pero a algún gobierno mamón se le ocurrió recorrerlo al
lunes más cercano, que para que el puente fuera oficial. ¡Vivan los héroes que
nos dieron puente! pues). Y era también el último día del Buen Fin.
-Toc toc.
-¿Quién es?
-Santa.
-¿Santaclós en noviembre…?
-¡Santander, pendejo!,
venimos a cobrar lo que debes del Buen Fin del año pasado…
Buen twit ese de Milenio.
Era el lunes pasado, decíamos, y no tenía que ir yo a trabajar ni a llevar a mi
hija a la escuela, así que me levanté tarde, como a las 10 de la mañana, y me
fui al parque a hacer ejercicio.
Ya andaba ahí la loquita
que le da vueltas y vueltas al parque durante horas (digo yo que estará
loquita, porque usa una gorra de lona que le llega hasta las narices y no se le
puede ver la cara de ahí para arriba, no le conozco los ojos, parece que está bonita
pero vaya usted a saber, porque camina aprisa aprisa sin mirar hacia arriba ni
a los lados, sólo ve a donde pisa y -se supone- a dos o tres metros de
distancia hacia adelante. Me recuerda a los machos aquellos, o mulas, con que
araba mi papá en el rancho, a los que les ponían tapaojos para que no desviaran
la mirada hacia los lados y vieran sólo el surco por el que debían caminar);
ahí andaba también la joven señora que le da diez vueltas al parque y luego se
sienta a la orilla del lago a meditar con los ojos cerrados; ya andaba
caminando también el hombre de la chamarra azul con su palo de escoba en la
mano… Todo parecía normal, faltaba tal vez la nalgona que va más temprano, pero
fuera de eso el parque y su gente eran lo mismo de siempre.
Eso parecía pero no.
Apenas iniciaba yo la caminata -que se vuelve trote después de la primera
vuelta-, cuando vi detrás de una de las bancas de cemento a un muchacho que se
tapaba con una cobija. Me llamó la atención porque era sólo un chamaco, no
llegaba ni a adolescente y su cobija estaba limpia, no parecía la de un
vagabundo. Se cubría todo del cuello para abajo, parecía tener frío aunque ya
había salido el sol pues eran ya las 10:30, “pobre chavo -pensé-, debe haber
dormido en el parque, sabrá Dios qué bronca tan perra habrá tenido con su
familia…”
Y así pensando seguí con
la primera vuelta al parque, donde andaban ya otras personas paseando a sus
perros. Al llegar al otro extremo vi cuando iba llegando una pareja de adultos,
la mujer traía a un perrazo (me pareció que buldog) con una correa corta, que
se empezó a inquietar al ver a otros canes, ante lo cual el hombre le puso una
correa o cadena más larga y resistente para poderlo controlar.
Al terminar un servidor
la primera vuelta y a poco de comenzar la segunda vi otra vez al muchacho de la
cobija, pero esta vez se tapaba desde la cabeza y agitaba una botella de
plástico que al parecer tenía piedritas adentro porque sonaba como una sonaja,
la agitaba fuerte, frenéticamente diría yo. “No, este cabrón está loco -fue lo
que imaginé-, no durmió aquí ni tiene frío, se le pela el canate como dicen en
la región de Los Tuxtlas”.
Pero no. A unos veinte
metros de distancia se acercaba la pareja del perrazo y en ese momento algo
gritó el hombre que no entendí, pero al mismo tiempo el muchacho de la cobija
salió corriendo de donde parecía ocultarse y fue a hacer lo mismo pero tras
unos matorrales. El perrazo ladraba furioso, lo quería seguir y tragárselo
vivo, pero el hombre lo controlaba con fuerza hasta que, diciéndole además
algunas palabras, logró que se calmara y regresó la pareja por donde habían
llegado.
Entonces lo comprendí
todo y al pasar cerca del hombre y de la mujer (un hombrón y un mujerón por lo
demás), de retiradito porque el chingao perrazo amedrentaba a cualquiera, les
pregunté lo obvio:
-¿Qué el muchacho ese de
la cobija les ayuda a entrenar al perro?
-Así es -contestó
amablemente el señor.
-Mmmm y yo que pensé que
estaba loco…
-Ja ja ja ja, no, es mi
hijo.
-Uta, lo que hay que ver
todavía -murmuré y seguí trotando sin poder parar de reir.
A ese parque van muchos
perreros y perreras (una de ellas, morena, lleva seis animales), oficio éste
que se divide en dos, los que se dedican a entrenarlos, amaestrarlos, educarlos
o como se diga, y aquellos o aquellas cuyo trabajo es sólo pasearlos, lo cual
no me sorprende desde que una vez, hace seis años, llegaba yo a Buenos Aires la
gran ciudad capital de Argentina, cuando vi que en un parque una muchacha
llevaba como a doce perros con sendas correas, o más bien dicho los perros la
llevaban a ella porque iban adelante y prácticamente la arrastraban, desde
entonces supe que existía ese oficio de pasear perros, que ahora veo
diariamente en mi parque del ejercicio.
Van otras personas a
pasear su propio perro, muchas, el problema es que no todas recogen la mierda
de su mascota (¿así se llama?, o debo llamarle desecho como dicen los letreros
que piden a la gente que los recoja... Hay ahí por cierto otro letrero gracioso
que dice en una placa de metal a ras del suelo: “En este mismo lugar, pero en
1847, no pasó nada”; mamones). Y eso molesta a la gente.
Ahí me he encontrado
haciendo lo mismo que yo a funcionarios del gobierno del Estado, a una
diputada, y al señor notario Díaz Pedroza, el de la Viagra Veracruzana (una
organización política que se llama en realidad Vía Veracruzana, pero como todos
los dirigentes son viejos la gente le llama Viagra), que fue quien me dijo un
día que ya ni la chingan las personas que dejan ahí el excremento de sus perros,
que ya no se puede caminar a gusto.
-Ni hagas corajes
licenciado -le dije-, ya no se puede caminar a gusto por ningún rumbo de la
ciudad, porque por todas partes hay montones de basura, no puede la actual
administración municipal con ese problema.
Y no puede porque muchos
de los habitantes de Xalapa son una bola de cochinos, que sacan la basura de su
casa antes de que pase el camión recolector; y porque le faltan pantalones a la
autoridad municipal para multar a quienes lo hacen y a quienes tiran la basura
en la calle. Yo no he sabido de nadie a quien hayan multado por ese motivo, si
lo han hecho no lo han dado a conocer, no han exhibido a los cochinones, que es
lo que hace falta para que dejen de hacerlo otras personas, la mayoría de
incultos que sólo por las malas entenderían.
La alcaldesa Elizabeth
Morales quiere y pregona que la capital del Estado de Veracruz es o debe ser
una Xalapa bella, pero con los montones de basura en las esquinas es sólo una
Xalapa fella. El centro de la ciudad sí lo tiene muy arregladito, algunas
avenidas también como la Xalapa hasta la rotonda, con sus áreas verdes y sus
fuentes funcionando, pero nomás deja uno dicha avenida y a una cuadra de
distancia por la calle Villahermosa se empiezan a ver los montones de basura.
No puede su administración
con ese paquete. Yo he propuesto una y otra vez que se multe a los cochinos y
además los exhiban. En la tele, en el radio y en los periódicos se debe
publicar una lista de las personas multadas por ese motivo. Ese día dejarán
todos de tirar basura en las calles, para que la capital de Veracruz donde vivo
sea una ciudad limpia como la de Tepatitlán.
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