Páginas memorables


• Hechos y personas admirables en San Diego de Alejandría

Por Oscar Maldonado Villalpando

“Como a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado
fue mejor.

Y pues vemos lo presente
cómo en un punto es ido
y acabado.

Si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido 
por pasado.

No se engañe nadie, no, “

(Jorge Manrique. 1440)

 Sabiamente hemos recibido esta grande enseñanza de los mayores. Fugaz el tiempo, fugaz la vida. Ese momento inaprensible marca la historia y hace la vida. Por estos días así, que viven nuestras tierras, nuestros pueblos, vienen esos recuerdos de las cosas vividas y que confirman esa lucha cotidiana que ha de emprender el hombre de esta tierra arisca, yerma pero que de esa flaqueza forja frutos admirables, especialmente en calidad humana y espiritual.

Por el tiempo de la Cristera

Luego del conventual silencio que se impuso al terminar el conflicto, como para sanar heridas, levemente, cual floración de hermoso temporal, fue surgiendo el rescate de ese importante tiempo, que para este pueblo fue tan crucial y determinante. “Los ricos se fueron, y por ello el paraje quedó más enflaquecido materialmente, pero muy fortalecido en sus valores, en sus ideales, porque pasaron la prueba de su fe, porque el cielo se puso a su alcance, porque vivieron los testimonios cercanos de sus rezos, de sus esperanzas, de sus novísimos.

Y aquel maestro, aquel carpintero, aquel catequista servicial y bondadoso, que rezaba en el templo, que cantaba a la Virgen, cuando no había sacerdotes, Ramón Parada, que por otra parte era tan alegre y bromista y buen mozo, además, le llegó el momento de la entrega suprema, ante las lágrimas de sus hijos, y el dolor de todo un pueblo. Fue cuando el General Miguel Z. Martínez, al no poder vencer a los cristeros, quiso herir la fe del pueblo, ahorcándolo injustamente, por manifestar su fe, por ser coherente, por dar testimonio de los artículos de Credo y por respetar los santos Mandamientos. Por eso murió Ramón, por el Evangelio y por Nuestro Señor Jesucristo.

Lo que vale, vale; y por ello esta memoria de Ramón quedó en aquella generación bien esclarecida, bien respetada, muy querida. Él sí fue un gran mártir, decían las gentes, así mismo lo platicaban, no cabía la menor duda. Fue el 14 de agosto de 1928 cuando Z. Martínez dio el zarpazo sobre este pueblo. Varios sacerdotes no se alejaban del pueblo, especialmente el P. Tules. Este sacerdote nacido en San Diego, de las familias más connotadas, a lo pronto se fue al extranjero, pero, luego no estaba en paz, decía él, mientras sabía que su gente sufría la tremenda persecución sin los auxilios espirituales,  y se regresó a vivir entre su gente, a salto de mata celebrando la misa y los santos sacramentos. Lo querían agarrar, pero Dios se los volvía ojo de hormiga, y se le esfumaba al enfurecido gobierno… el padre Salvador Casas acompañaba a los cristeros y celebraba en todos los ranchos; todo esto llevó a que se ensañaran con Ramón, el buen laico, el fiel seglar, el buen católica. “Oh, Virgen Santa. Madre de Dios”… porque Ramón quería mucho a la Inmaculada Concepción en su bellísima imagen de San Diego.

Y mataron injustamente a Ramón, pero la gente le erigió un altar en su propio corazón, un altar de cariño, un altar de respeto. Cuando la parroquia cumplió 100 años, en 1969, el gran párroco don Saturnino Covarrubias, presentó con un gran fruto de la fe de esta centenaria parroquia, el martirio de Ramón Parada, un gran laico, un gran mártir. Al fin las cosas tomaban su lugar, como debe ser.

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