Por Miguel Ángel Pérez Magaña
A mediados del siglo pasado, guió la Iglesia de México el Sr. Obispo Luis María Martínez, a quien esperamos muy pronto verlo también en los altares.
El nacimiento de Luis Gonzaga María llenó de gozo el hogar de don Rosendo Martínez, oriundo de Asturas, España, y doña Ramona Rodríguez Loaiza, el jueves 9 de junio de 1881, en la hacienda Los molinos de Caballero, estado de Michoacán.
Cuando parecía que nada faltaba a la felicidad de aquella familia y el infante contaba apenas once días de nacido, una enfermedad imprevista le arrebató al padre en la plenitud de su vida, dejando a una joven viuda y a un pequeño huérfano. Desamparada Doña Ramona, el padrino de su hijito, padre Casimiro Rodríguez, párroco de Tepuztepec (arquidiócesis de Michoacán) se hizo cargo de ellos.
La influencia que tuvo el padre Rodríguez en la vida de monseñor Martínez fue decisiva para su vocación. Luis María Martínez terminó su instrucción primaria en 1890 en Morelia. En enero del año siguiente entró al seminario de la misma ciudad, donde cursó humanidades, filosofía y teología. Sus estudios fueron brillantísimos, dadas su clara inteligencia y privilegiada memoria. No sólo se formó en los estudios, sino que en su personalidad humana y sobrenatural adquirió una verdadera madurez bajo la dirección de monseñor Francisco Banegas, que murió siendo obispo de Querétaro y fue rector del seminario morelense todo el tiempo que monseñor Martínez fungió como vicerrector.
Al inicio del año escolar de 1905 Luis María Martínez fue nombrado prefecto de disciplina del mismo seminario, y durante treinta y dos años se consagró a la formación de los seminaristas y también se dedicó a perfeccionar sus estudios de filosofía, teología, especialmente ascética, mística y oratoria sagrada. Tenía grandes cualidades pedagógicas; era prudente y firme en el gobierno del seminario y un verdadero formador en los niveles humanos: intelectual, espiritual y sacerdotal.
En 1922 la Santa Sede confió a monseñor Martínez el gobierno de la diócesis de Chilapa como administrador apostólico. El 6 de junio de 1923 fue preconizado obispo titular de Anemurio y auxiliar del arzobispo de Morelia, recibiendo la consagración episcopal el domingo 30 de septiembre del mismo año. Permaneció en ese cargo hasta 1934, y continuó siendo rector del seminario hasta ser nombrado arzobispo de México.
Ejerció intensamente el ministerio de la predicación, con sermones, misiones, ejercicios espirituales, retiros y pláticas, dedicándose además a la dirección espiritual, ya personalmente o por correspondencia.
El 20 de febrero de 1937 la Santa Sede preconizó a monseñor Martínez arzobispo de México, quien tomó posesión de su arquidiócesis el 14 de febrero de 1938. Dadas las circunstancias por las que atravesaba la República Mexicana, el 9 de agosto de 1937, su Santidad Pío XI encargó a monseñor Luis Ma. Martínez los negocios de la delegación apostólica de la Santa Sede en México, cargo que desempeñó hasta 1949 en que, a petición suya, el Papa nombró un delegado apostólico.
Abundan los hechos que revelan la fecundidad sacerdotal de la vida de monseñor Martínez. Su campo de acción se fue haciendo cada vez más amplio. Entre todos sus apostolados y cualidades sobresalientes para cumplir con su actividad encomendada, el apostolado literario fue uno de los más importantes.
Autor de varias obras como A propósito de un viaje, obra escrita totalmente de su puño y letra; El Espíritu Santo, Tratado de la verdadera devoción al Espíritu Santo y el Tratado de las Bienaventuranzas y otros. Algunas han sido traducidas a diferentes idiomas; incluso monseñor Martínez fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua el 30 de diciembre de 1953.
Dio especial énfasis a la educación católica y a la catequesis. Organizó el profesorado y escogió notables maestros y catequistas entre las religiosas y seglares, especialmente en las circunstancias de la persecución, por ser éstas las necesidades pastorales prioritarias de su época.
Tuvo especial cuidado de las religiosas, como testimonio de la santidad de la Iglesia, y trabajó incansablemente por fomentar la devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe y en general fue, en verdad, "presencia de Cristo, Buen Pastor" para toda la nación mexicana y especialmente para su arquidiócesis. A su grey supo darle, en momentos tan especiales y difíciles, nueva vida para defenderla de los peligros y alimentarla con los mejores pastos. Se ganó inteligentemente la benevolencia y amistad de los que gobernaban a México, evitando más derramamientos de sangre, y abrió nuevos horizontes para la Iglesia en el país.
Nunca se desalentó ante las enormes dificultades y las grandes empresas que la Iglesia le había confiado; fue heroicamente paciente soportando toda clase de adversidades, malos entendimientos e incomprensiones. Las calumnias que le imputaron las sufrió sin defenderse, aunque lo hubiera podido hacer, y prohibió que lo hicieran los miembros de la curia, especialmente al final de su existencia.
Durante su vida tuvo muchas penas físicas y morales que soportó con gran paciencia; dotado de una fina sensibilidad, grande fue el dolor que le causó la muerte de sus seres más queridos, mas nunca perdió la paz. Su larga y penosa enfermedad, y muchas otras graves penas anexas a sus achaques, las sufrió con ejemplar entereza, en silencio, sin quejarse, y más aún, con alegría, procurando ocultarse para no dar molestias a nadie.
El primero de enero de 1956 celebró su última misa, misma que fue abreviada a causa de una terrible hemorragia intestinal, que finalmente fue la causa de su muerte.Finalmente, el 9 de febrero, rodeado de los más íntimos sacerdotes, amigos y médicos, sin perder la paz y la serenidad, murió santamente.
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