+ Juan Sandoval recordó
a San Juan de Capistrano
Todo, naturalmente, hace pensar en su tierra, en la región de los Altos, concretamente en Yahualica. Porque don Juan nació acá un 28 de marzo de 1933. Su papá Esteban y María Guadalupe. La decisión para el nombre viene muy al caso. Eso no estaba a elección, debía ser el nombre que le tocara según el santo del día. En ese tiempo la Iglesia recordaba a San Juan de Capistrano. Así que el niño se llamó Juan desde su pila bautismal.
Nadie esperaba que hubiese cambios tan radicales en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II, y hasta acá llegó la reforma. Los santos fueron ubicados en el día de su muerte. Sólo se celebrarían 3 nacimientos en el universo católico: El nacimiento del Redentor, 25 de diciembre, el nacimiento de la Virgen María 8 de septiembre y el de San Juan Bautista, el precursor del Señor, 24 de junio.
Juan de Capistrano fue colocado en el día de su muerte, 23 de octubre de 1456. Por eso hay mañanitas en la casa de San Pedro, la casa episcopal. Los amigos se han reunido desde la fresca mañana; a las seis, se inicia el festejo.
El Chololo ofrece hermosos sones jaliscienses, mientras el señor Cardenal saluda a todos los que han venido a festejarlo. A las 7 a.m. inicia la misa especial en el patio de su casa. También hay presencia del sector gubernamental, el gobernador, el secretario de gobierno y presidentes municipales. En la casa aún no había plena visibilidad.
Don Juan tomó la palabra sobre su santo y del año sacerdotal. San Juan fue un gran religioso y predicador. Nació el 24 de junio de 1386 en Capistrano, Italia. Un gran estudiante, licenciado, juez, gobernador de Perugia. Cayó prisionero y eso motivó en él una profunda conversión. Se fue hasta las puertas del convento de los religiosos franciscanos. Después de grandes pruebas de humildad y fe, fue ordenado sacerdote a los 33 años y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos espirituales. Juan tenía que predicar en los campos y en las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.
Su presencia de predicador era impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba "El padre piadoso", "el santo predicador". Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán.
Juan tenía unas dotes nada comunes para la diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus palabras. Sabía tratar muy bien a las personas. Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos.
40 años llevaba Juan predicando de ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera. 1453 los turcos musulmanes se habían apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría. Había sucumbido el Imperio de Oriente, bastión católico por mil años. Los Musulmanes ya ocupaban España, los turcos llegarían por el oriente y la historia de Europa estaba por cambiar enteramente.
Las noticias que llegaban de Serbia, nación invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera cristiano católico.
Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se formó un buen ejército de creyentes.
Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50,000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue aquí cuando intervino Juan de Capistrano.
El gran misionero salvó a la ciudad de Bucarest de tres modos. El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron vencedores los católicos. El segundo, fue cuando ya los católicos estaban dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando entusiasmado: "Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión". Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.
Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.
Las gentes decían que aquellos cuarteles de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: "Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas". Y los oficiales afirmaban: "Este padrecito tiene más autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación".
Mientras los católicos luchaban con las armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Angelus (o tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Sma. Virgen consiguió de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua a San Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más crueles enemigos de nuestra santa religión.
Y sucedió que la cantidad de muertos en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de tifo. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El santo se contagió de tifo, y como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.
La referencia de su santo patrono era animadísima y sostenía un vivo interés en todos los presentes. Luego habló de la vocación y del sacerdocio. Así se comprendió el sentido de esta celebración a su santo patrono.
Terminada la misa, empezó a aclararse el cielo, serenamente, medio nublado. Las mesas del desayuno estaban distribuidas por toda la casa, los invitados pasaron y disfrutaron un desayuno delicioso. Así trascurrió esta mañana en el onomástico del señor Cardenal don Juan Sandoval.
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