“Y dichoso el que no se escandalizare de mí” (Lc. 4, 21)
Por Antonio Fernández
Cristo Nuestro Señor tiene ante Él una multitud curando diversos males. Por ese tiempo Juan el Bautista estaba preso en una fortaleza llamada Maqueronte, espera el momento de su muerte, pidiendo aun estando preso hablar con sus discípulos. La causa de su detención fue por orden del reyezuelo Herodes Antipas, al que le llamó la atención por haber tomado la esposa de su hermano. Jesús a distancia predica y enseña. Juan (el Bautista) al oír en su prisión las obras de Cristo, envió a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres Tú el que viene, o debemos esperar a otro?”. Ante este hecho viene la pregunta: ¿cómo es que Juan el Bautista envía a sus discípulos preguntar a Jesús sí es el enviado? Siendo que él mismo en el río Jordán se dirigió a Jesús cuando se acercó a Él para bautizarlo diciéndole: “Yo tengo necesidad de ser bautizado por ti y, ¿Tú vienes a mí?”.
El Bautista sí reconoce la mesianidad de Jesús, la que ha quedado confirmada al escuchar los ahí reunidos la voz que vino del cielo refiriéndose a Jesús, que dijo: “Este es Mi Hijo el amado, en quien me complazco”. ¿Entonces por qué envía Juan sus discípulos a Jesús? Esta acción se podría entender: “digo creer y no creo hasta que tú lo digas”. De serlo sería una contradicción, porque si él creía, ahora ya no cree.
La pregunta enviada por Juan a Jesucristo Nuestro Señor a través de sus discípulos es directa, no porque él no supiera, es el primero en reconocer que Jesús es el Mesías, tampoco está negando lo que cree. Su pregunta va encaminada a confirmar la mesianidad de Jesucristo Nuestro Señor que Juan cree, no miente. El deseo del Bautista es que sus discípulos, escuchando al divino Maestro, crean que es el verdadero Hijo de Dios hecho hombre, de quien les ha hablado desde que han estado con él; no necesita que se le confirme a él que Jesús es el Mesías, ni el rey de Israel anunciado por los profetas, porque Juan el Bautista es el último de los profetas y todo lo que conoce lo ha anunciado al pueblo, creer lo contrario sería para Juan una negación o contrasentido a lo que dijo en el Jordán. Ante ello Nuestro Señor Jesucristo, viendo a lo profundo de cada discípulo de Juan, apreció en ellos falta de fe en Él, de donde dijo: “Y dichoso el que no se escandalizare de mí”. Palabras a las que habrá de fijar especial atención.
Hoy infinidad de personas “predican una verdad falsa de Cristo”, son falsos profetas y falsos cristos que disfrazados sutilmente engañan y hacen creer lo que no son, engañan con su actitud en la mentira y simulación, quien se atreve a contradecirles es puesto en evidencia, y se le acusa de ser un retrogrado, un emisario del pasado, y más cuando se promueve afirmando que la verdad está en la palabra de Dios, levanta tolvanera de críticas y pretextos, porque la realidad es que en muchos incomoda abandonar la vida de malos hábitos y costumbres en que viven, porque la palabra de Jesús hace en ellos que la conciencia les reclame su conducta, encendiendo su indignación y soberbia maligna no cumpliendo el mandamiento del Señor, que en concreto reclama una vida espiritual y vivir en orden moral, ambas encausan el alma a la virtud y por ella la disposición continua de obrar bien y evitar el mal, que dará a la persona integridad de ánimo y bondad de vida y salvación, medios que Dios otorga para que, corrigiendo sus actos, realice obras en bien de su alma y su actitud sea no apartarse de los mandamientos del Señor y su doctrina, pues haciéndolos propios lograra al final de la vida la gloria eterna, que parece no importar.
Jesús dijo: “Dichoso el que no se escandalizare de mí”. Con ello está diciendo; “Hijo mío, deseo en verdad creas en Mí, y se exalte tu corazón por ello, porque mi gozo está en que seas dichoso haciendo tuyas mis palabras”. Es la preocupación del Padre amoroso por las almas que ganó en el patíbulo de la Cruz, para no aceptar la fantasía del mundo, porque no aceptarlo a Él es vivir en contradicción.
Continua el Evangelista; “Id y anunciad a Juan lo que oís y veis. Ciegos ven, los cojos andan, leprosos son curados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados”. Las obras portentosas de Jesús son testimonio de ser Él el Mesías esperado, en los discípulos de Juan fue despertar la fe meditando las profecías y profundizar las promesas de Dios sobre la venida del Mesías. De Jesucristo Nuestro Señor Hijo de Dios han conocido sus obras aliviando primero del alma y después del cuerpo, con esta manifestación de su divinidad los discípulos de Juan debieron reconocerlo como el Mesías de quien les ha predicado Juan el Bautista.
Continuando con Jesús: “¡Y dichoso el que no se escandalizare de Mí!” ¡Claro que es escándalo ver a Jesús Crucificado, porque es castigo injusto! Para las almas sin fe, incrédulas, apáticas y perversas, es un látigo que en este mundo golpea su “yo” porque bien saben que su conducta y actitud no es la enseñanza de Jesús, por eso les cala e incomoda verlo en la Cruz. La confianza plena, absoluta y total para todo hijo de Dios debe estar en Cristo y solo en Cristo desde al nacer hasta morir. En Él no se encuentra engaño, traición o desprecio. Lo que existe en el Señor es la perfección que brinda a las almas y más las que han sembrado con docilidad la semilla de fe en Él, avivará en ellas su amor paternal, su verdad eterna y su justicia justa, nacerá en las almas la confianza y comprensión de su misericordia, pues el propósito es que Jesús Hijo de Dios more en su corazón.
Nuestro Salvador es confianza y fortaleza, vino al mundo a cumplir la voluntad de Dios su Padre. Jesucristo Nuestro Señor supera y vence las vicisitudes que encontró en su vida de peregrinación por el mundo, afrentas, negaciones, rechazo de su pueblo al que Dios le encomendó salvar del pecado, éste por su obstinación negó su divinidad en múltiples ocasiones. Será ponernos en el lugar de Jesús a comprender lo que es vivir en acecho continuo, ningún otro ser humano ha soportado tanta adversidad contra sí, vivió en su interior la actitud de saber que conspiraban para quitarle la vida, ser expulsado de los corazones por los que entregó su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Toda alma que obedece el mandato divino de salvación se fortifica espiritualmente en el Señor, deja San Pablo esta verdad a quien se fortifica en Cristo Nuestro Señor al decir “todo aquel que creyere en Él (Jesús) no será confundido”.
Jesús estando en el templo se pone de pie en el estrado dando lectura a la Escritura, sus divinos labios confirman su mesianidad ante quienes estaban con Él cuando dijo: “Hoy esta escritura se ha cumplido delante de vosotros”. La voz de Jesús se impuso, se guarda un silencio solemne, escuchar a Nuestro Señor Jesucristo causó una disposición interior que conmovió, lo manifiesta el Apóstol de los Gentiles a los romanos: “La fe viene pues, del oír, y el oír por la palabra de Cristo”. De ella comprendemos el valor espiritual que, para todo católico, como hijo de Dios es la Palabra Divina. “La Ley de Dios es perfecta, restaura el alma y hace sabio al sencillo”. Ha hablado por él el Espíritu Santo, inspirando al profeta en dar a conocer la delicia y gozo de este bien del alma, la palabra del Señor. Dichoso será quien reconozca y no tropiece con dudas, que en muchos es escándalo, porque la incredulidad contagia a otros iguales, guiándose por las apariencias de las cosas hacen escándalo sin entender la razón de ellas, refiriéndose el Señor cuando en Nazaret murmuraron de su origen carpintero, después de escuchar su predicación decían: “¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?, ¿y sus hermanas no están aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de Él”.
El Señor da a conocer la verdad que no se escuchó, pero que la envidia en ellos causa una algarabía sin sentido, en vez de aceptar y hacer suya la enseñanza de Jesús, quien ha vivido entre ellos en Nazaret, le critican, hacen de Él la comidilla.
El que Jesús sea reconocido como carpintero no es ninguna afrenta o vergüenza, nada tiene que ver, la honra de Cristo Nuestro Señor está en que con disposición ayudaba a José su padre en los trabajos de carpintería, medio por el que se sostenía la Sagrada Familia. Entonces: ¿cuál es la razón para tanto escándalo? Es cierto que Jesucristo Nuestro Señor realizó este trabajo hasta la edad de treinta años al lado de José, protector de la Sagrada Familia. ¿Dónde está el mal?,¿dónde el problema?, ¿dónde la razón para critica tan escandalosa? ¡No la hay! Lo que incomodó a la gente de Nazaret no fue la verdad que les dio a conocer el divino Maestro, fue su incredulidad que no les dio oportunidad de apreciar su enseñanza, pudo más su recelo, malicia y envidia.
Dice el Evangelista: “Y no hizo allí (Nazaret) muchos milagros a causa de su falta de fe”. De las enseñanzas que encontramos en los santos Evangelios es la caridad, por ella es evitar el escándalo ante las obras del prójimo, pero no se aprende a frenar el pecado de escándalo porque es rencoroso. ¿En cuántas ocasiones se hace? Se hace cuando incomoda al “Yo”, cuando se conoce que el prójimo resalta en tal o cual virtud o en aptitudes, más que reconocer no se aprecia como bien recibido de Dios, se inicia una labor de zapa en el corazón, que trasciende a los demás, la envidia incita, el celo motiva a la ambición y critica maliciosa alentando el resentimiento. ¿Qué vemos en la crítica? Lo mismo que padeció Cristo Nuestro Señor desde su venida al mundo hasta su muerte ignominiosa en la Cruz del Calvario. En su agonía nos enseñó amar al prójimo y lo mostró cuando en sus últimos momentos de vida dijo: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Más que escandalizarse, es amar. Más que escandalizarse, es servir. Más que escandalizarse, es apreciar, admirar y apasionarse por el bien ajeno. En ello Jesús nos hacer ver la realidad del amor por el prójimo, diciendo: “En verdad, en verdad, os digo, quien cree en Mí, hará él también las obras que Yo hago, y aún mayores, porque Yo voy al Padre”. Reconocer en la palabra del Señor la promesa prodigiosa cuando Jesucristo Nuestro Señor pide fe y confianza.
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