A cuatro casas de mi casa (que ni es mi casa es de mi hija, pero ahí vivo), vivía una señora tan flaca como la Catrina de José Guadalupe Posadas, estaba en los puros huesos. No parecía tener marido, pero arrastraba para todos lados a cinco chamacos, el menor de un año y medio aproximadamente (apenas caminaba) y el mayor de unos ocho años, todos flacos y desnutridos como ella, excepto el más grande que se veía más bien gordito.
Cultivaba yo hortalizas en un terreno baldío que hay frente a mi casa -que no es mío, pero conozco a los dueños-, que no tiene ninguna barda, ni malla ni alambrado alguno que impida que otras personas se metan, pero los adultos siempre han respetado lo que cultivo, no así los hijos de la flaca, que a veces uno, a veces dos o más se metían y me causaban destrozos.
Le di un día la queja a la vecina, aunque no nos hablábamos ni nos saludábamos, era ella muy distante de quienes sólo la veíamos pasar, acerca de los problemas que me causaban sus niños.
-“Póngales unos chingadazos -fue la solución que me dio-, no les tenga consideración, pinches chamacos mugrosos y vagos, no entienden”… Mmm pues con razón son así, no tienen rienda -pensé. Y qué rienda iban a tener si no tenían ni papá. Me dio la impresión de que cada uno de ellos era de diferente padre, porque un día vi a la Catrina echándole los perros a un hombre de mediana edad, no viejo no joven, con aspecto de malandro, al que jalaba suavemente de la camisa y se lo acercaba bromeando, a las claras se veía que la dama tenía ganas de un sexto chamaco.
Por supuesto que nunca les puse sus chingadazos como me lo sugirió, pero muy probablemente se los puso ella porque no volvieron a causarme destrozos, sólo pasaban y me miraban con rencor. Con el tiempo se cambiaron de domicilio a una cuadra de mi casa, y ahí andan los cinco chamacos, siempre en la calle, a veces en un parque lleno de tierra que hay atrás de su casa, siempre jugando a tirarse pedradas o a darse de garrotazos, no van a la escuela, nunca han ido, eso es algo que a su mamá no le interesa, no le interesa o no puede llevarlos, si no tienen ni para comer mucho menos para ir a la escuela, a la que tendrían que ir en camión porque no está cerca la más cercana.
Hay otra familia que vivía también cerca de mi casa, a la vuelta, ésta de negros, pero no de los de África, negros de tanto asolearse, y lo menciono porque así los conoce todo el vecindario, como “los negros”. Son dos o tres familias del mismo color en la colonia, una es normal, los hijos van a la escuela y tienen un papá que casi nunca está pero su mamá los trae a raya; a la otra familia casi no la conozco, la veo de lejos y ni nos saludamos siquiera. Le hablo aquí de la que vivía a la vuelta de mi casa, sin un padre, con un hijo mayor, normal, trabajador, pero es el único que lo hace, trabajar; le sigue otro como de 16 años, en el que las drogas o alguna droga en especial como el cristal parecen haber hecho estragos, está un poco menso, no entiende mucho lo que uno le dice, pero le hace la lucha a ganarse algo, cortando el pasto de un jardín, lavando algún carro o camión de carga, no está del todo perdido, siempre me saluda “qué onda may” y yo lo considero mi amigo; luego sigue una hermana como de 14 años a la que le sobran novios, y por último otra de 12 años, que a esa edad resultó embarazada. Ya tuvo a su bebé y a veces las veo, la mamá parece (es) una niña y la bebé una muñeca.
Hay otras familias con problemas similares en la colonia, pero no conozco cada caso, me doy cuenta porque veo a muchos morros que nunca van a la escuela y a más de alguno con problemas de drogas. Le cuento de las dos que conozco más de cerca para recordar lo importante que es la familia, sobre todo la familia integrada, funcional, con un padre y una madre que se preocupen por sus hijos, de lo contrario, si falta uno y a la otra lo único que le interesa es el sexo a la hora de hacerlos, pues ahí andan estos solos, sin guía y sin rienda, sin quién le diga a la chamaca que aún no es tiempo de tener novio, mucho menos de embarazarse, crecen como animalitos del bosque, atendiendo sólo a sus instintos y con hambre; de instrucción escolar ni hablar.
En ese aspecto han logrado un buen avance los grupos enemigos de la familia, aunque sea sólo en eso, en no darle importancia a ésta. Del daño mayor ya ni hablamos, de quienes promueven el aborto, de matar a los hijos antes de que nazcan, de las uniones entre personas del mismo sexo para que no haya descendencia, de la adopción de niños por parte de dos papás y de niñas por parte de dos mamás, eso ya es de todos conocido y no se les ha permitido avanzar demasiado, pero han avanzado en dejar la idea de que no tiene importancia la familia, sobre todo si hay un buen pretexto como la pobreza.
Y siendo como es tan importante la familia, porque de ésta depende que haya buenos ciudadanos que algún día pudieran cambiar a este país, no he visto a ningún candidato a ningún puesto de elección popular, que se preocupe y que prometa ocuparse de la familia, con la honrosa excepción del candidato independiente a la alcaldía de Tepatitlán, Jalisco, Ramón González González, que pertenece al Frente Nacional por la Familia y que se opone a todo lo que mencionamos en el párrafo anterior, los demás se preocupan y se ocupan más bien de lo contrario, de supuestos derechos para destruir a la familia.
Lejos de donde vivo no sé si habrá algún candidato que se preocupe por la familia, si lo hay lo exhorto a que vote por él; acá yo espero que gane Ramón González para que haga algo por la situación de esas familias que le platiqué y por otras en situación parecida, por lo menos que las obliguen y les ayuden a mandar a sus hijos a la escuela. Si a la mamá no le interesa o no puede porque no tienen dinero ni para comer, que se haga cargo el DIF que para eso existe, que los inscriba forzosamente en alguna escuela y les pague el camión. Si gana Ramón confío en que hará eso y más, porque es llamado El candidato de las familias. Si gana y no lo hace, igual aquí lo denunciaremos.
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