El Miguel Sacal que todos llevamos dentro


Por Fabiola González Ontiveros

No cabe duda de que más pronto cae un hablador que un cojo. Justo la última vez que escribí estaba hablando de Miguel Sacal y su prepotencia, además de toda esa gente mala onda que se siente superior y que dije despreciar tanto. Ah pues ahora, para callarme la boca, la vida me puso en una situación en la que me tocó estar del lado que dije odiar.
Llegué a la central del norte en la ciudad de México, como a las 10 de la noche, para esperar el siguiente camión que me traería de regreso a casa. Pasa que me da hambre y lo primero que se me ocurre es ir a la panadería a buscar un pastelito para calmar la lombriz. Le pregunto a una de las mujeres que atendían por unas rebanadas de cheesecake y con gusto vino a decirme de qué era y le pedí que me pusiera una en un platito.
En el momento iba arrastrando una maleta grande, otra más pequeña que cargaba en el hombro muy pesada y mi bolsita de mano, o sea que era muy difícil maniobrar además con el platito de pastel y un cuarto de leche, así que lo puse en la barra mientras la señora que cobraba estaba platicando con una mujer que ahí estaba.
-¿Me cobra por favor?
La mujer se fue al cubito de la ventanilla, sin decirme nada, la otra señora, con la que platicaba, me contesta: “Se paga allá en la ventanilla”.
Haciendo equilibrio con mis triques le dejo un billete en la dichosa ventanilla y regreso a la barra, donde dejé lo que intentaba pagar, puesto que no podía con todo. La señora que se dirigió a mí la primera vez, vuelve a intervenir diciendo: “Le tienes que dar tu ticket también…”
Acto seguido agarro el ticket y estiro la mano para dárselo a la cobradora, que ya me había hecho enojar porque no se dignaba a decirme nada, y para mi sorpresa me deja con la mano estirada, sin siquiera voltearme a ver, con la cara de chilanga amargada, sin decir nada, volteando al infinito.
La otra mujer volvió a hablar: “Se lo tienes que dar en la ventanilla”. Me enfurecí. Perfectamente podía estirar la mano, no había ninguna barrera, nada, fue ahí cuando se me metió el espíritu de Miguel Sacal.
Gritando, le dije: “¿Te cuesta mucho pinche trabajo estirar la mano? ¿Eres discapacitada? Por lo menos discapacitada mental sí eres”. Agarré mis chivitas y me salí muy indignada.
Inmediatamente me acordé del video del judío, y aunque yo no golpee a nadie, tampoco es mi comportamiento normal, y respecto a lo que escribí la última vez, rectifico. No es la gente prepotente o la gente rica la que no soporto, o la que ofende sin motivo aparente, es, disculpe usted la expresión que voy a usar, lo que vulgarmente se conoce como “gente mierda”.
Por otro lado, hay otras personas que parece que te lo hacen todo más cansado, pero a veces son tan amables que uno no les puede mentar la madre a gusto.
En una situación totalmente diferente, esta semana fui a la recaudadora para tramitar unas placas desde las 8:30 de la mañana, y haciendo fila en la calle sale una señora muy amable toda sonriente repartiendo fichas.
Parecía cosa de supervivencia, la fila no avanzaba absolutamente nada, y eso de estar parado en el rayo del sol, sin desayunar y sin poder sentarse en ningún lado, pues no está padre. Como a las 11 ya nos tocó sombrita, pero aún estábamos lejísimos de la oficina, desesperante pues.
Yo sabía que me iba a tardar, pero no sabía que tanto. Me senté en el suelo en cuanto pude y toda la gente que estaba haciendo fila también a veces se sentaba y luego se paraba, renegaba por la lentitud y se volvía a sentar resignado. Un muchacho de plano estaba leyendo un libro, yo saqué mi ipod y me puse a jugar Angry Birds, torciéndome de hambre, pero con la esperanza de salir pronto.
¡Oh decepción! Cuando por fin tocó mi turno, el hombre me dijo: ¿Me das tu ficha por favor? Al dársela, me hizo cara como de “Uy chava… no se va a poder” y no le quedó de otra más que darme la mala noticia.
-Híjole, es que estos trámites todavía no se están haciendo.
-¿Cómo que no se están haciendo? ¿Entonces?
-Pues si gustas esperarte poquito, te invito a que te sientes.
-¿Pero cómo? Sí los van a hacer o qué?
-Sí, sí, pero si quieres te digo espérate poquito.
Me voy, derrotada, a sentar, a “esperar poquito”. Pero yo ya sé cómo son esas esperadas, no te dicen nada y ahí te tienes que quedar como tarugo a ver a qué hora se les ocurre llamarte.
Había 17 personas como yo, “esperándose poquito” mientras todos los que estaban ahí seguían trabajando en friega, atendiendo a la gente que no dejaba de llegar.
Esas personas estaban renegando por todos lados, quejándose donde podían, parándose a preguntar qué pues con sus trámites, molestas de perder el tiempo. Yo estaba desde las 8:30, pero la mayoría llegó desde antes, y eran las 12:30 hora de que todavía no llamaban a ninguno de los que estaban sentados esperando.
Ya ve usted que cuando uno está en situaciones así, pues se pone a platicar/quejarse con el de al lado, y en una de esas se pararon 4 o 5 personas y como si se estuvieran amotinando fueron a hablar con el mero mero, para quejarse de que no tenían ningún avance en sus trámites.
Resultó que había una nueva disposición de llamar a las agencias para verificar que los carros sí habían sido comprados ahí o no sé qué mugre, a cada persona que preguntaba le decían una cosa diferente, y uno todo enojado, pero cuando iba a preguntar, a fuerzas se te bajaba el coraje porque todos los empleados eran de lo más amables.
Una señora hasta se paró a gritar que quería hablar con la jefa, porque decía que no era justo que se nos hiciera perder tanto tiempo, y la mujer que recibió los gritos trató de tranquilizarla, sin perder nunca la calma ni la amabilidad.
Decían “Yo me pongo en su lugar, sé que es muy molesto perder toda la mañana en estos trámites, están haciendo lo que se puede…”
Total que para las 2:30 de la tarde que se cierran las puertas y no se recibe a nadie más, yo ya había pasado por todas las etapas, primero la negación, al ver tantísima fila y no poder creer que me iba a estar toda la mañana ahí, luego la furia de tenernos esperando, luego la negociación, tratando de convencerme que no pasaba nada, que pues ni modo, hay que apechugar. Luego la depresión de ver como la gente seguía saliendo y yo me quedaba ahí, viéndolos pasar a todos, sentadita y con mis asuntos sin resolver. Al final la resignación, esa ya fue como a las 3 de la tarde cuando dije “bueno pues ya llevo casi 7 horas aquí, qué más da…”
Y todos despotricaban de vez en cuando, como para no perder la dignidad, aunque de todos modos sabíamos que nos teníamos que quedar ahí, mi hermano dijo en voz alta, como para que los empleados se sintieran mal: “Todavía nos regalaran las placas, pero no…” Pero sinceramente sí se las creí cuando nos decían que tuviéramos paciencia, que esa nueva regla era la culpable, que ellos se ponían en nuestro lugar, etc.
Simplemente por el hecho de que todos eran tan amables, yo sentía que no me podía enojar a gusto, porque hasta eso, trato de enojarme con quien tiene la culpa, y me parecía que ellos solo tenían la culpa de haber empezado tarde con nuestros trámites, de dejarnos hasta el final, hasta las 12, ya que fueron a reclamar, que si no quién sabe hasta qué hora nos atendían.
Al final, por fin nos llamaron, tardísimo ya, y nos dijo la que se supone está encargada de la oficina: “El trámite ya está hecho, una disculpa de antemano, pero se va a terminar hasta mañana porque, (chan chan chan), ¡se nos acabaron los hologramas!” No supe si reírme o ponerme a llorar, miles de cosas pasaron por mi cabeza, desde un montón de maldiciones hasta la pregunta ¿Por qué no tienen los suficientes hologramas? O sea, los de ese tipo de trámite eran menos de 20 personas, al menos las que yo conté, pero antes de decir cualquier cosa, la mujer continuó: “…Pero yo voy a ir por ellos en la tarde, así que déjenme su teléfono y mañana cuando vengan ya va a estar todo listo, no van a tener que esperar nada, se pasan directamente y listo”.
Pues ni modo de decirle que no, aceptamos y salimos de esa parte de la oficina, y una de las mujeres amables, (sé que he usado mucho esa palabra, pero no eran otra cosa más que eso), nos preguntó que en qué había terminado la novela. Después de contarle lo sucedido nos dio un papelito para que al día siguiente no hiciéramos fila y nos pasáramos directamente a recoger los papeles que teníamos que recoger. Justo en ese momento recordé una frase que dicen mucho: “El modo es lo de todo”. Por ese motivo me grité a la panadera y por lo mismo traté de mantener la calma en la recaudadora.
Entonces me di cuenta de otra cosa, hay quienes, que pues se les llama “gente mierda” porque es su naturaleza, no saben ser de otro modo y tienen la mentalidad de joder al prójimo, pero en casos como el de la recaudadora y del país en general el problema es del sistema tan deficiente y lleno de porquería al que uno tiene que apegarse, esa es la fuente de todo, así es que mientras eso no cambie, va a seguir habiendo muchos Miguel Sacal, dependientas de panadería sin educación y trámites detenidos por horas en el mejor de los casos, pero este, señores, es nuestro México.

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