Vacaciones en el IMSS




No quisiera ser mala onda y decirles que qué bueno que se acabaron sus vacaciones, pero sí.

Verán, mis vacaciones duraron solo una semana porque en la universidad me negrean y no puedo decirles que fueron esta semana santa fue la mejor de la vida.

Como la mayoría, yo no me voy a la playa ni a un rancho ni me voy de misiones, únicamente regreso a casa, que estando al otro lado del país es ya bastante descanso para mí.

Ah… pero no contaba con que a los pocos días de haber llegado ¡tómala! Que internan a mi abuelita en el seguro…

Los que hayan tenido internado a alguien en el seguro sabrán la latita que es eso, porque la burocracia, el sistema (del que siempre me quejo como si me pagaran) y las personas que trabajan ahí te la hacen cansada.

Los primera noche hasta fue una aventura, apoyándonos entre todas en casa y haciendo bromas con la ilusión de que al día siguiente la dejarían salir, puesto que solo la internaron para hacerle un estudio. Llevamos cobijas, cojines, computadoras, películas, Internet, juegos y celulares cargados dispuestos a pasar la noche ahí, de acuerdo al sistema, una persona cuidando al interno y los demás viendo la vida correr dentro del coche.

Si no saben les platico que cuando es de noche ya no se puede entrar por la puerta principal, solamente por emergencias, y ahí generalmente hay un guardia que no te la hace de tos. Esta noche sería diferente. Mal llegamos 2 mujeres y una niña con una bolsa de esas gigantes a las que le cabe todo, al momento de pasar como si nada, nos detiene una generala en la puerta:

-¿Ustedes qué? ¿A dónde?

El tono fue prepotente, golpeado, y a mi hermana y a mí que casi no se nos da  eso de ponernos al brinco cambiamos el humor para ponernos en sintonía de la generala.

-Vamos a llevarle cosas a una interna. (Golpeado también, para que supiera pues que no nos íbamos a dejar).
-Pues sólo puede pasar una.
-Pues una sola no puede todas las cosas.
-Pues pasen dos, pero la niña se queda.
-Pues nos cuida a la niña, que se queda sola.

Esa noche maldije a esa mujer malencarada en silencio hasta que me cansé y al día siguiente nos dicen que “uy pues no la van a dejar salir (a la interna) porque necesita verle el doctor que llega hasta la tarde” por supuesto en la tarde nos decían que hasta la mañana, total que se tuvo 3 días internada sin motivo aparente a mi abuelita.

“Es que la tienen que subir a piso”, “es que tienen que dar la orden”, “es que el doctor viene mañana”, “es que no hay camas” “es que ya hay camas, pero son las de hombres, para mujeres no hay” es que… es que…

Una enfermera le preguntaba a la otra y en cada cambio de turno durante 3 días nadie resolvió nada, ahora es cuando vuelvo a maldecir la burocracia y el sistema, que no funcionan, nunca han funcionado y no funcionarán.

Hay un jardín muy bonito, espacios verdes que ocupa un arbolito seco cuando mucho y me la pasé diciendo “en ese espacio de pasto cabrían fácil 8 camas más, qué me importa que esté con hombres, mujeres o aves, mientras la atiendan”.

De mientras nos chutamos las enfermedades de todo el que iba llegando, además de hacernos compas de las enfermeras y los tratantes. Cuando por fin la subieron al mentado piso la cosa fue diferente, allá sí te tratan como persona, están más al pendiente y casi nadie te hace mala cara, más que otro viejillo policía que también nos la quiso hacer de jamón la primer noche que pasamos arriba.

“Es que ustedes hacen lo que quieran, y me regañan a mí, yo no los voy a dejar pasar”. Con ganas de meterle tres cachetazos para que se pusiera en paz.

Con la abuelita diciendo a todo el que llegaba a verla “No me duele nada, solamente tengo hambre porque aquí me dan pura gelatina” y “Ya díganles que ya me quiero ir, que me siento bien” se atravesaron los días santos, y como era de esperarse, los médicos que tenían que atenderla a ella… de vacaciones y mangos que la dejaron salir.

Dividiéndonos entre la familia las noches para hacer guardia, solo me tocó la última, la noche del viernes. Ese día tuve fiesta. Bien precavida la mujer, me llevé mi computadora, mi cargador, una colección de 5 películas y mi banda ancha para no aburrirme, además de ir bien mentalizada que iba a dormir (jajaja) en una sillita miserable.

Mi abuelita es una lindura, no me pedía ayuda más que para ir al baño, pero los demás pacientes… esos eran otra onda. A mi lado izquierdo había una señora que tosía como si se le fueran a salir los pulmones, a ella a cada rato le ponían el oxígeno, y deduje que eran consecuencias del cigarro porque la enfermera le dijo “¿Qué, otro cigarrito?”.

Frente a mí había un hombre de 32 años con insuficiencia renal, al que había que hacerle la diálisis cada hora, y la de las 11 de la noche del viernes ya no le funcionó, que porque no sé qué se le movió y tenían que acomodárselo pero hasta la mañana siguiente.

A mi lado derecho había una señora grande que, pobrecita, tenía todo: insuficiencia renal de hemodiálisis en Guadalajara martes y viernes, llevada en ambulancia siempre, tenía mal una pierna, tenía diabetes y a cada rato se tenía que sentar porque ella juraba que se estaba ahogando.

Como era viernes acababa de regresar de la hemodiálisis y en la curación, ella diabética, nada más no dejaba de sangrarle la herida. Dejó de sangrarle a las 3 de la mañana, y yo por supuesto echándome todo el chisme porque la tenía ahí a un ladito.

Dormí como una hora, hecha bola quién sabe cómo en la sillita miserable. Desperté, por supuesto, con dolor de espalda, de cuello y de todos aquellos músculos que fueron torcidos.

En caridad de Dios (se vale la expresión porque era semana santa) el sábado llegó un doctor que tiene fama de que le encanta limpiar las salas y dar de alta a los pacientes, y haciéndole todo lo que le hacía falta de hacer a la abuelita la dieron de alta esa tarde, por fin, con el diagnóstico que ahora sí creemos que es el correcto.

Así que de lunes a sábado hospital, no fueron tan buenas vacaciones, pero lo importante no es la fiesta ni el descanso, yo ya aprendí que lo importante es estar ahí para la familia cuando uno lo necesita. Ya de paso agradezco a todos aquellos amigos que se acercaron preocupados dispuestos a brindar su ayuda, y que lejos o cerca estuvieron apoyando y mandando buenas vibras para que todo saliera bien.

Y a todos los demás les digo que qué bueno que ya se les acabaron las vacaciones, nomás por envidiosa ya saben, aunque yo sé que ni les apura porque ahora que comienzan las fiestas… a gozar, que el mundo se va a  acabar. (No, en serio, ya los mayas nos están echando sus advertencias con tanto temblor).

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